Castigar sin placer, tiene muchas connotaciones. Por una parte, es de aquellas prohibiciones que estimulan la transgresión, cuánto más te digan que no puedes hacerlo más ganas tienes. La excitación del riesgo. Por otra parte es algo difícil, casi imposible de hacer cumplir, siempre hay momentos que se escapan y que alimentan el placer de la transgresión, así que la mayoría de veces es más el simbolismo, que la voluntad de hacerlo real. Pero a veces los astros se alinean y se dan las casualidades que permiten, lo que parece imposible.
Un día sales antes de lo previsto de trabajar y se desencadenan los acontecimientos.
Hubo una serie de casualidades en el trabajo y salí cómo dos horas antes de lo previsto. Cuando pasa eso suelo avisar, pero aquel día sin mala fe no lo hice. La casualidad quiso también que al llegar hubiera mucho ruido a causa de unas obras en un edificio vecino, martillos hidráulicos y maquinaria. Tal vez por eso no me escuchó abrir la puerta. También aquel día llevaba unas deportivas, con lo que mis pasos eran más silenciosos. Entré directo al salón, todo estaba muy en calma, por un momento pensé que no estaba, pero vi sus cosas en la silla, pensé que estaría en el baño tal vez, me fui para la habitación a ponerme cómodo y la puerta estaba casi cerrada, estuve a punto abrir, pero un sonido captó mi atención. Era cómo un zumbido que me resultaba familiar, miré a través de la pequeña rendija entre la puerta y el marco. No me podía creer lo que estaba viendo.
Ella con la cabeza y la espalda apoyadas en las almohadas, las piernas semiflexionadas y abiertas, llevaba un culotte azul de hacer deporte estaba ligeramente bajado y la mano derecha moviéndose entre sus piernas, los ojos cerrados y de vez en cuando se le escapaba un gemido. Por un momento pensé en dejarla terminar o irme al salón y que me encontrara allí, pero me pudo la sensación de cazarla, abrí la puerta de golpe, dio un pequeño grito e intentó disimular torpemente.
- ¿Que estás haciendo?
- Yo...nada...descansando
- Llevo un rato aquí, levanta.
Me fui hacia ella, lo cogí del brazo y la hice levantarse. Sin soltarla le di cuatro o cinco azotes bien fuertes.
- Recoge el vibrador.
Sobre la cama había un vibrador negro, en forma de bala, que aún zumbaba activado. Lo cogió y lo paró.
- Te lo puedo explicar...
- Tira, que te voy a explicar otra cosa.
La llevé hasta el salón, sin decir nada, cogí una silla la puse entre la mesa y el sofá, me senté.
- Pon las manos detrás de la espalda.
Cuando lo hizo de un tirón le bajé el culotte hasta los tobillos.
- Levanta el pie, el otro...
Le quité el culotte y lo tiré en el sofá.
- Separa las piernas
La "orden" fue seguida de un cachete en la cara interna del muslo.
- Más -segundo cachete-
Cuándo tuvo las piernas lo suficientemente separadas, llevé mis dedos a su coño, dos entraron, tenía los labios hinchados y chorreaba.
- ¿ Te has corrido por lo menos?
Empecé a meter y sacar mis dedos...
- Santi...por favor...
- ¿ Se está más cómoda en la cama verdad?
- Para, por favor...
- ¿Que pasa te vas a correr?
Empezó a jadear sin contestarme y de repente paré, me levanté y le di la vuelta a la silla.
- Siéntate.
Se tenía que sentar en sentido contrario a lo normal, con las piernas abiertas y apoyada en el respaldo.
- Ahora vengo.
Fui a la cocina, cogí la cuchara de madera, después al despacho, al armario de los juguetes. Cogí algo que no solía usar, una fusta corta, con un lenguaje cuero de unos 5 centímetros de largo por 4 de ancho y la caña incluido el mango de un par de palmos. Y me fui para el salón. Dejé la fusta, en la mesa y cogí la cuchara, me fui a su espalda.
- Saca el culo de la silla.
Tímidamente se movió de la silla.
- Más.
Esperé a que sólo apoyase los muslos en la silla y las nalgas quedaran fuera de la silla, puse mi mano sobre su espalda y empecé a azotarla con la cuchara. En esa posición los azotes son de abajo a arriba, pero al tener las piernas separas te permite llegar a las zonas más sensibles, con precisión. Y sin calentamiento previo la cuchara muerde. Tampoco le daba especialmente fuerte, pero casi todos los azotes caían en la misma zona, un par de minutos después ya tenía la piel de la parte baja del culo llena de círculos rojos y instiivamente escondió un poco las nalgas, paré.
- No escondas el culo.
-Resopló y volvió a la posición inicial, continué durante otro par de minutos a base de cuchara. Lo suficiente cómo para que tuviera el culo caliente hasta la noche. Dejé la cuchara y cogí la fusta.
- Levanta.
En cuanto se levantó, me senté.
- Date la vuelta y pon las manos en la cabeza.
Lo hizo, con la fusta le di unos toquecitos en la cara interna de los muslos, lado y lado. Era la forma de decirle que separase las piernas. Entonces empecé a pasarle la lengua de cuero de la fusta por el coño desde atrás.
- Los castigos, se cumplen y si no por lo menos intenta que no te cacen.
Seguí jugando un rato con la fusta entre sus piernas, hasta que le dije.
- Da un paso hacia delante.
Lo hizo.
- Inclínate.
Suspiró y se inclinó. Entonces empecé a pasarle la lengua de la fusta por las nalgas.
Le di un toquecito de abajo a arriba con la fusta entre las piernas.
- Sepáratelas.
Me pareció escuchar una tímida queja, pero un golpe seco de fusta en el muslo y sus manos de inmediato agarraron las nalgas y las separaron. Puse la lengua de la fusta justo ahí entre sus nalgas.
- Perfecto. Cuenta.
Un golpecito preciso y seco, estrelló la lengua de la fusta entre sus nalgas. Esa es la utilidad de la fusta, el poder dar en esos rincones, no se trata de provocar dolor, se trata de estimular y dar calorcito, además de jugar con la vergüenza. Me recree en la escena, antes de cada toque de fusta, jugaba con ella paseandola por todas sus zonas íntimas. Fueron diez toques, ahí entre las nalgas, contados.
- No te muevas.
Me levanté y fui a buscar uno de los plugs de acero y el lubricante. De vuelta seguía frente a la silla inclinada y sujetando las nalgas separadas. Me senté y lubriqué bien el plug.
- Date la vuelta.
De nuevo frente a mí.
- Póntelo - le dije dándole el plug-
Su cara se puso tan roja cómo su culo.
Lo cogió sin saber bien que hacer.
- Es para hoy, quiero ver tu cara.
Lentamente llevó el plug hacia atrás, cerró los ojos, se mordió el labio y apretó la mano, al entrar suspiró...
Me levanté de la silla.
- Siéntate normal.
Se sentó.
- Abre las piernas y echa el cuerpo hacia delante.
Cogí la fusta otra vez. Me puse frente a ella , empecé a jugar de nuevo con la fusta por todo su sexo, hasta que le dije.
- 10 más cuenta.
Un toquecito seco cayó en su sexo, y así despacio jugando con la incertidumbre del próximo, le cayeron los diez, que le dejaron los labios aún más rojos.
Dejé la fusta y llevé mi mano a su sexo, pocas veces la había visto tan mojado.
- Ahora termina, quiero verte.
¡Eso de que no hay mala fe! No sé si creerlo, pero no está nada mal el castigo que al final es terminarlo con placer y mucha vergüenza.
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