sábado, 7 de mayo de 2022

Lo qué no entra por la cabeza...

 




Dicen que los rituales nos ayudan a dejarnos llevar, a no pensar y hacer. Yo, tengo alguno muy arraigado, que me ayuda a pasar a otra dimensión. Es muy simple, cuando llego a casa después de trabajar, me pongo cómodo y me tomo una cervecita. La verdad, es que cumple su objetivo que no es otro que trazar una línea que separa trabajo del resto de la vida.

Llegué a casa resoplando, había sido un día de trabajo horrible, de aquellos en los que todo lo que puede salir mal, sale. La huelga de transportistas nos había dejado sin suministros, todo el día colgado al teléfono intentando buscar alternativas, en fin día para olvidar, mientras metía la llave en la cerradura sólo pensaba en cambiarme de ropa, tomarme esa cerveza con ella y olvidar aquel maldito día. 

Entré,  dejé la chaqueta y las llaves en la mesa, le di un beso, que me devolvió sin muchas ganas...

Me fui a cambiar un ponerme ropa cómoda de estar por casa, aquella vieja sudadera azul, pantalón de chándal y zapatillas de estar por casa, sé que no es nada sensual, pero cómodo a rabiar. Mientras me cambiaba pensaba en su frío recibimiento.

Pensé que igual estaba aún algo "resentida" la pasada noche había dormido boca abajo y con el culo rojo y desnudo. El motivo, pues el de tantas veces, la procrastinación y el dejarlo todo para última hora, pero quizás lo más doloroso no había sido la larga y concienzuda azotaina a mano que le había dado, sino el haberla dejado sin placer después. 

Ya cambiado, le dije sin entrar al comedor.

- ¿Te apetece una cervecita?

- No, gracias...

- Pues yo na la perdono.

Fui a la cocina, cogí una lata y me fui para el comedor, me senté en el sofá, estiré las piernas y suspiré, abrí la lata y le di un trago largo que me supo a gloria, la miré estaba muy callada y tensa.

- ¿Te pasa algo?

- Si te lo cuento...me vas a matar...

La miré con cara de extrañeza...

- Me he olvidado de ir al banco...

- ¿Cómo?

- Pffff lo siento...se me ha ido totalmente, he tenido un día raro.

- ¿Y ahora qué?

- De momento se han cobrado el recibo, lo acabo de mirar, mañana me tocará ir a pelearme para que lo devuelvan y darlo de baja.

- No me lo puedo creer!!! Tres semanas repitiéndote cada día: nena hay que dar de baja el seguro, tres putas semanas y así estamos. 

- Pufff he tenido un mal día, no podía concentrarme en nada y no me has ayudado nada!!!

- ¿Yo? ¿Que tengo que ver yo?

Se puso roja...

- Dime 

- No, nada...

- ¿Entonces? ¿Te explico mi día?

- No hace falta...

- Vete cara a la pared!!!!

- Pffff...

- A-ho-ra!!! Y guárdate los soplidos, que falta te van a hacer.

Se levantó, dando un pisotón, pero se fue directa a la pared, la punta de la nariz rozando la pared y las manos entrelazadas sobre la cabeza. Suspiré profundamente y le di otro trago a la cerveza, igual haberla hecho ir a trabajar sin ropa interior y con el culo aún resentido no había ayudado mucho a su concentración. Vale que la azotaina de la noche anterior había sido sólo a mano, pero larga muy larga. Cinco minutos más tarde la llamé.

- Ven aquí. 

Se acercó lentamente, mirando al suelo y se quedó justo delante de mis rodillas. 

- Mírame

Levantó la mirada fugazmente. 

- Vamos a ver si lo entiendo. Ayer te castigo, por esperar al último día de plazo después de tres semanas de promesas "mañana voy" y resulta que no así. 

- Ya te he dicho que ha sido un día raro...

- Un día raro lo podría entender, tres semanas no, y que yo sepa no te he pedido explicaciones, así que no me interrumpas. Cómo excusa no cuela, date la vuelta. 

Volvió a resoplar, pero se la dio dándome la espalda.

- Bájate el pantalón del pijama.

- Pffffff 

Un cachete resonó por todo el piso.

- Último soplido.

Sus dedos se metieron en la cintura del pantalón a cuadros del pijama y descendió hasta terminar enrollado en sus tobillos.

Me incorporé y empecé a pasar la yema de mis dedos por la suave piel de sus nalgas desnudas, había alguna pequeña marca, en forma de diminutos hematomas en su piel, piel reactiva a mis caricias erizándose. 

- Tráeme el cepillo oscuro.

Suspiró nada más oírlo, sabía la que le esperaba, el cepillo oscuro era lo que más temía y con razón. Ovalado, de buena madera densa, otra noche durmiendo boca abajo.

Empezó a caminar con el pantalón enrollado en los tobillos, la seguí con la mirada hasta que dejé de verla, entonces me senté en el centro del sofá y puse un cojín sobre mi regazo. Cuando la vi entrar llevaba el cepillo en su mano, estiré la mía para pedírselo, me lo dio, y le señalé el cojín con un dedo. Resignada a su suerte ganada a pulso, se colocó sobre mi regazo para recibir el castigo, el cojín aún elevaba un poco más sus nalgas. Dejé un momento el cepillo en el brazo del sofá. Y mientras volvía a acariciarle las nalgas, le soltaba un sermón.

- Está costumbre de dejarlo todo para el último momento, se tiene que acabar, por las buenas o por las malas y aplicada a todo.

Al terminar de hablar empezó otro concierto muy particular el de mi mano percutiendo contra su piel indefensa, concierto que duró lo justo y necesario para darle cierto color y calentar un poco la zona. Entonces cogí el temido cepillo, cuando notó la suave, dura y fría madera acariciar su piel se tensó. Unos golpecitos en la parte superior de los muslos.

- Más te vale que relajes el culo. Tu misma.

El sonido escandaloso pero cálido de la mano, fue sustituido por el sordo y frío sonido del cepillo, saltando de nalga a nalga, rítmicamente sin cambios de ritmo, ni intensidad, poco rato después ya había dibujado dos círculos rojos en cada nalga y me detuve un momento, mientras pasaba las cerdas del cepillo sobre la piel en llamas.

Cuando volví a empezar lo hice apuntando bien a aquellos círculos, cada golpe, los volvía blancos por un segundo, para después enrojecerse más, seguí a conciencia un rato más y cuando ya iba a terminar, una última tanda rápida y subida de intensidad, que la hicieron gemir.

Dejé el cepillo, en el brazo del sofá, no se el rato que estuvimos los dos en silencio, yo sólo observando cómo tenía el culo, le iba ser incómodo sentarse durante un par de días, en cambio la notaba especialmente relajada, rendida y entregada. Cuando desperté de aquel estado, le dije.

- Ponte cara a la pared de rodillas y piensa en ese refrán en francés, que dice "lo que no entra por la cabeza, entra por el culo".

Esperé que se levantase y a que se pusiera en el rincón de rodillas, cuando estuvo fui a buscar otra cerveza y me senté a tomármela sin quitarle ojo de encima. Me terminé la cerveza y fui al baño, cogí el aceite de coco de los masajes y mojé y escurrí una toalla pequeña con agua fría. 

- Levanta y ven.

Otra vez había puesto el cojín en mi regazo, se levantó, se acercó y se colocó sobre el cojín que cubría mi regazo. 

Nada más hacerlo empecé a resiguir con mis dedos el contorno de aquellos dos círculos púrpura en la piel de sus nalgas, suspiró mezcla de alivio y excitación, paré un momento para quitarle del todo el pantalón del pijama, le separé las piernas y toda ella se estremeció cuando puse la toalla húmeda y fresca sobre su piel hirviendo. Abrí el bote de aceite, me eché en las manos y empecé a masajearle los muslos. Entonces subí sus piernas al sofá, me eché más aceite y empecé a masajearle despacio los pies, empeine, planta y cada dedo, continué por las pantorrillas, sin prisa y fui subiendo por los muslos, hasta llegar a las ingles. 

En ese momento retiré la toalla que cubría sus nalgas y empecé muy suavemente a amasarlas con mucho aceite, un buen rato, seguí con toda una gama de caricias con los dedos y su piel empezó a hablar cuando un dedo subía y bajaba por el surco entre sus nalgas, entonces cogí el bote de aceite y dejé caer un chorro en la grieta de las nalgas, a ciegas guiándome solo por el tacto, empecé a jugar con la yema de un dedo el aceite y su piel, durante un buen rato estuve dibujando circuitos con mi dedo alrededor del pequeño agujero de tacto rugoso escondido entre sus nalgas, hice un poquito de presión y entró la primera falange, que dentro empezó a moverse también en círculos, hasta que un pequeño empujón más hizo que todo el dedo entrase en su culo. 

Cuando fui a visitar su sexo con la otra mano, no hizo falta coger aceite, empecé a usar dos dedos para masajearle los labios externos, momento en el que arqueó la espalda para invitarme a terminar la invasión, dos dedos entraron en su coño y empezaron a moverse suavemente presionando hacía el pubis, frotando esa pequeña zona rugosa de dentro de ella, en aquel momento su respiración se entrecortaba entre gemidos y empezó a mover las caderas, su excitación evidente me estimulaba a mover mis dedos más rápido, los gemidos eran más seguidos y fuertes, a punto de explotar, la hice esperar un poco bajando el ritmo varias veces, sin llegar a culminar, hasta que finalmente en una nueva embestida ya no paré hasta escucharla gritar y notar como sus músculos se contraían en un deliciosos orgasmo apretando todos mis dedos dentro de su cuerpo. 

Mientras volvía en sí seguí acariciándole el culo, hasta que se incorporó, mientras preparaba la cena, estuvo tumbada boca abajo en el sofá con la toalla húmeda sobre las nalgas. Sentarse a cenar no fue fácil, además le informé que el resto de la semana no usaría ropa interior y que cada día al llegar a casa, habría revisión de marcas. 




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