sábado, 12 de marzo de 2022

Lujuria (Los siete pecados capitales)





Había tenido una semana horrible, estaba cansado a todos los niveles, física y sobre todo mentalmente. Así que cuando por fin terminó el viernes, sólo tenía ganas de darme un ducha, ponerme el pijama y descansar. 

Cenamos pronto y le propuse irnos a la cama a ver la tele, aceptó y nos fuimos, ella estaba con el subidón del gimnasio, bastante activa y yo fue caer en la cama y empezar a aletargarme, cada vez más hasta llegar a ese punto de sueño en vigilia tan placentero, justo antes de caer del todo. Entonces noté sus manos buscándome por debajo de las sábanas y sinceremente en aquel momento no me apetecía nada, sé las aparté y me di media vuelta, la escuché murmurar algo y me quedé dormido. 

Cuando desperté, lo primero que recordé fueron sus manos y me sentí un poco mal por haberla rechazado, me di media vuelta para buscarla, pero su lado de cama estaba frío y vacío. Me levanté y fui para la cocina siguiendo el aroma de café. Me sorprendió ya vestida de calle y arreglada

- Buenos días!!! Ya levantada?

- Buenos días, si me escucharas sabrías que he quedado a las 10...

- Ufffff es verdad... - dije bostezando y estirándome- 

- Que ya veo el interés que pones en mis cosas...

- Joder nena, estoy recién levantado, se me había olvidado.

- Ya....ni para follar sirvo.

- Bueno cómo nos hemos levantado.

- Cómo me da la gana.

Salió toda digna de la cocina sin mirarme, cogió el bolso y la chaqueta y se fue dando un portazo. No le hice mucho caso al principio, me tomé tranquilamente el café, pero pasado un rato empecé a sentirme algo culpable y a darle vueltas a todo, supongo que se merecía una disculpa y estaba dispuesto, pero tras masy vueltas llegaba a la misma conclusión, no me gustaba nada ese victimismo chantajista, así que esperé a que llegase, tenía que hablar con ella.

Era mediodía ya, yo estaba en el balcón al sol casi primaveral, fumando, cuándo entró. Dejó el bolso y la chaqueta y vino hacía el balcón.

- Hola 

- Hola ¿cómo ha ido?

- Bien ¿Y tú?

- Pues aquí

- Oye que siento mucho haberme puesto así, no es justo.

- Gracias. Al menos te has dado cuenta.

- Sí, ya sabes cómo soy.

- Nena eso no te sirve ya cómo excusa, por supuesto que sé cómo eres y no quiero cambiarte, pero me cansa ya esa actitud.

- A veces me sale la vena egoísta...

- No hablo de eso. Te estoy hablando de esa manía que tienes en menospreciarte a la que algo te sale mal ¿Crees que a alguien el importa tu autocompasión?. Lo único que consigues es hacerte daño a ti misma, es una forma de autolesionarte y tú dices que no vas a cambiar, pues yo tampoco, así que no esperes de mi ningún tipo de reafirmación que tú no te das ¿ Está claro?...

Me miró cómo extrañada.

- ¿Y esto a que viene?

- ¿ No lo sabes? " No sirvo ya ni para...". Me has hecho sentir muy mal y no me da la gana. 

- Ha sido un calentón...lo siento.

- Pues aprende a contar a tres o a cien.

Apagué y el cigarrillo y la cogí del brazo metiéndola dentro. Llevaba un jersey de punto, con un hombro al aire, leggins, botas y las gafas de sol en el pelo. La solté al sentarme en el sofá. Se quedó de pié cogiéndose el brazo, con la mirada en el suelo. 

- Esto no me lo haces más.

Me eché un poco para delante, y con firmeza la puse en mis rodillas, le levanté un poco el jersey y empecé a darle con ganas en el culo. Al echarme para delante el cuerpo no le quedaba sobre el sofá, paré un momento le quité las gafas del pelo y seguí.

- Si lo piensas, estás equivocada y si no lo piensas y lo dices para herir, sólo consigues herirte a ti....

A pesar que llevaba los leggins, la azotaina sonaba contundente. Y la verdad es que me estaba aplicando con ganas, apenas llevaba un par de minutos y ya sentía mi mano caliente. 

- No te rechacé ayer, simplemente estaba cansado cómo tú otras veces y no pasa nada. 

A pesar de la molestia en mi mano, seguí un buen rato. No estaba enfadado, pero si convencido que ese tipo de actitud debía cambiar. Paré porque realmente me dolía la mano.

- Levanta.

Se levantó y yo detrás de ella la cogí del brazo y la llevé a la habitación, frente al espejo de cuerpo entero de la pared. 

- Apoya una mano a cada lado del espejo e inclínate.

Cuando lo hizo, le levanté el jersey, metí los dedos en la cintura de los leggins y tiré bruscamente hacia abajo, siguiendo sus piernas. Al terminar hice lo mismo con el tanga. 

- Saca bien el culo y mira el espejo.

Empecé a desabrocharme el cinturón, tiré de él para sacarlo, lo doblé y le volví a decir.

- No bajes la mirada ni un momento y separa las piernas.

Apoyé el cinturón en su piel desnuda y ya con un rosado uniforme. Levanté el brazo y tres correazos seguidos resonaron cómo truenos, al tercero cerró los ojos y cayó un cuarto.

- Abre los ojos y mira al espejo. 

Ahí jugaba un poco con su orgullo, abrió los ojos y los clavo fijamente en el espejo. En cuanto lo hizo, tres correazos más cruzaron su piel, no hizo una mueca, ni pestañeó. Deshice el cinturón y lo volví a doblar, cómo la apuesta y la siguiente tanda fueron seis seguidos, que empezaron a dejar huella en su piel, en forma de franjas rojas de un par de dedos de anchas, pero seguía con la vista clavada en el espejo estoicamente. El ambiente se estaba cargando de electricidad erótica, tras la mano, el sonido del cinturón es para mí el más erótico de todos.

Sin soltar el cinturón pasé mi brazo izquierdo por su pelvis y estiré un poco hacía atrás, haciendo que arquera más la espalda, exponiendo aún más el culo. Me situé de nuevo detrás, calculé y media docena más de nuevos golpes de cinturón impactaron ruidosamente en su piel. En esos volvió a cerrar los ojos y suspiró.

- No bajes la mirada!!!!

La volvió a levantar y tal y cómo lo hizo otra ronda de seis. Dejé un momento el cinturón en el valle de sus espalda. Pasé suavemente mis dedos, por su piel, ya no habían huecos, el cuero había cubierto toda la superficie, estaba caliente al tacto y la piel se le erizó cuando mis dedos rozaban la parte más sensible de sus nalgas. Volvió a cerrar los ojos, los abrió de golpe cuando mi mano desde atrás le dio una sonora palmada entre las piernas y ya se quedó ahí. Empecé a jugar con los pliegues de su sexo, no estaba húmedo o mojado, era todo el un charco caliente y algo viscoso. Cuándo dos de mis dedos se sumergieron en el, cerró otra vez los ojos y jadeó, empecé a moverlos muy despacio y siguió con los ojos cerrados mordiéndose el labio inferior. Los saqué.

- Que mires el espejo es parte del castigo, y aún no ha terminado.

Volví a coger el cinturón.

- Una docena cuenta y nos dejes de mirar.

Empecé a aplicárselos, ahora más lento que antes, dejando pasar unos segundos entre azote y azote, asegurándome que miraba y escuchando su voz entrecortada contarlos uno a uno. Ya llovía sobre mojado y cada nuevo azote cubría una zona ya cubierta antes, con lo que el escozor debía ser más intenso.

Contó la docena, sin dejar de mirar el espejo, pero sus expresivos ojos, habían dejado ya de transmitirme una lucha de ego, simplemente asumían la sensación y su expresión no era de sufrimiento, era de una especie de paz placentera. Al terminar la docena prometida tenía el culo incandescente, sabía que durante mucho rato tendría ahí viva una sensación de calor y hormigueo. Mis dedos se fueron otra vez a su sexo, volvieron a entrar en el, pasé mi brazo izquierdo hacia la parte delantera buscando su pubis, empecé a hacer presión un poco por encima del clítoris hacia donde mis dedos entraban y salían. 

- Mírame

Levantó lo mirada jadeante.

- De verdad crees que no te deseo? 

Su respuesta fue un gemido...

- Aunque con el culo rojo y caliente aún te deseo más

Mis dedos entraban y salían a toda velocidad, sus jugos me habían mojado toda la mano y goteaban hasta el suelo al llegar a mi muñeca, los gemidos crecieron en volumen, y sus músculos íntimos empezaron a tener unas contracciones tan intensas que tenía que hacer mucha fuerza para que mis dedos no fueran expulsados de su cuerpo, entre gritos de placer. Mientras aún todo su cuerpo se sacudía del orgasmo, saqué mis dedos y empecé a darle unas palmaditas en el sexo mojado, hinchado y rojo... volvió a mirarme a través del espejo.

- No te muevas ahora vuelvo.

Fui al baño a buscar lubricante y no había así que acabé cogiendo un bote de aceite de oliva. De vuelta seguía allí aún medio jadeante, dejé la botella en el suelo.

- Espero que después de esto no te queden dudas de mi deseo.

Me puse de cuclillas, empecé a darle besos y lametones por toda la piel castigada de sus nalgas, de repente puse las dos manos en las nalgas calientes y las separé, mi lengua se fue directa a ese lugar con fama de sucio y oscuro, pero cuando empecé a pasar mi lengua alrededor su piel reaccionó erizándose de nuevo, los labios de su sexo se hincharon aún más y sus respiración se hizo más profunda. Tras un rato paré y me levanté, cogí la botella de aceite dejé caer un chorrito por la grieta de sus nalgas a la vez que lo extendía con mi dedo, una mezcla de mi saliva y aceite.

- Vuelve a mirar el espejo.

Lo hizo, un gemido se le escapó cuando mi dedo profanó su culo y empecé a moverlo, primero haciéndolo rodar y después entrar y salir, mientras con la mano derecha me desabrochaba el pantalón, bajaba el bóxer y me echaba aceite antes de empezar a meneármela. 

- Inclínate más.

Puso la espalda prácticamente a 90 grados con más piernas, saqué el dedo y llevé mi polla entre sus nalgas.

- No dejes de mirar. 

Empecé a empujar suavemente mi polla contra su agujero estimulado y lubricado, me gusta así suave pero avanzando centímetro a centímetro, sintiendo cómo se abre despacio, cómo va acogiendo a mi polla, cómo se relaja y acepta la invasión, podía ver sus ojos y sus gestos en el espejo, cada centímetro que avanzaba, cada resistencia que vencía, hasta que llega ese punto que un leve empujón y todo lo que te ha costado avanzar desaparece de un leve empujón y mi pubis queda pegado a su culo caliente y sensible. Entonces me quedo un rato ahí quieto, noto mi polla apretada en su estrecho anillo, y pienso que ella se siente llena y rendida. 

Me empiezo a mover despacio, le miro los ojos reflejados en el espejo, ya está relajada del todo y puedo moverme más rápido, sacando cada vez más para embestir más fuerte y rápido, entonces ya me dejó ir del todo, mi parte más animal necesita su premio y cuando noto el orgasmo empujó hasta el fondo y ahí me corro y vuelvo a aguantar un rato otra vez con mi pubis pegado a su culo. 

Cuándo salí de ella y antes de incorporarse le subí el tanga y los leggins, cuando se incorporó, me besó...

- Eres un perverso cabrón...

- Y tú una orgullosa tozuda...

- Debería darme una ducha, ahora mismo tengo una mezcla de fluidos...

- Luego ahora nos vamos a comer.

No me replicó y nos bajamos al bar a comer algo. 

Cuando volvimos, si se fue a dar esa ducha, cuando salió, la esperaba en el sofá con una toalla en mi regazo. Antes de tumbarse le bajé los pantalones del pijama que se había puesto hasta los tobillos. Esta vez sí pudo estirarse del todo boca abajo sobre mi regazo en el sofá. En cuanto lo hizo cogí la crema hidratante y empecé a extendersela sobre el culo, ya no estaba rojo, pero si lleno de líneas de puntitos rojos más o menos oscuras y sin mucho orden, eran los sitios donde más había impactado el cinturón o sus bordes y así sobando y masajeándole el culo, estuve casi dos horas.



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