sábado, 5 de junio de 2021

El examen trimestral.

 




Una vez leí que los juegos divertidos son aquellos que son, constantes, frecuentes, repetitivos y rituales. Y creo que quien lo escribió tiene toda la razón. Lo que no pueden ser nunca es rutinarios y mecánicos y eso quiere decir que el juego importante es siempre el próximo, por más previsible que sea, la habilidad consiste en moverse entre la línea que separan los límites, de los deseos y estirar de ella.

No se cómo se me ocurrió la idea, pero se la propuse y aceptó. Nuestro viejo amigo el cuaderno había perdido un poco su función inicial y prácticamente había quedado relegado a un mero instrumento de dar fe, de los juegos, algo muy simbólico, pero a la vez como mucha capacidad de estimulación. Y me propuse darle un nuevo uso. Cuatro veces al año, coincidiendo con las cuatro estaciones, haríamos una especie de ritual. Como en el cuaderno quedaba constancia, de todo los sucedido esos tres meses, un día sin saberlo le diría que tocaba el examen o revisión trimestral.

Las primeras veces, sirvió de una excusa como otra para jugar y de alguna manera también como recuerdo, de que posición teníamos cada uno, pero a medida que fuimos repitiendo, fuimos introduciendo novedades y acabó por convertirse en todo un ritual, cada vez más elaborado y con más espacio a la incertidumbre. Con el cambio de estación, ella sabía que era inminente, el día de presentar el cuaderno y repasar los tres meses de comportamiento, pero no sabía ni que día, ni cómo iba a suceder. Así que os voy a narrar la última vez y tal vez la más elaborada.

Se lo dije por la mañana, del  mismo día. Un mensaje  simple y claro.

-Estamos casi en verano y aún no hemos hecho el examen trimestral, así que esta tarde lo haremos, prepara tu parte.

Ya no le dije nada más, pero sabía que su cabeza no dejaría de darle vueltas en todo el día, algunas cosas las tenía seguras, pero otras no.

"Prepara tu parte" en realidad no significaba nada más que me esperase en casa, con ropa cómoda y adsequible y que tuviera el cuaderno a mano.

Llegué a casa antes, elegí ese día precisamente por eso, podía escaparme antes del trabajo y teníamos una larga tarde por delante. Ya que cada vez se alargaban más nuestros juegos trimestrales. Al abrir la puerta, me esperaba en el salón, como siempre en el rincón del sofá, se notaba cierta tensión, le di un beso, llevaba un pijama de verano, un pantaloncito corto y una camiseta de tirantes, todo muy juvenil. Como tenía en mente un largo juego por etapas, no vi necesario alargar más la agonía, me senté y le pedí que fuera a buscar el cuaderno.

Me sigue sorprendiendo, la capacidad de persuasión de ese pequeño ritual tan simple, ella va coge su cuaderno, se planta de pie ante mi y empieza a leer y enumerar, las faltas y castigos recibidos durante el periodo de tiempo. Hasta la voz le cambía, se hace pequeña, se ruboriza y se puede palpar la confusión mental de quien expone en voz alta sus pecados. Otra cosa curiosa es la regularidad, tres meses es un lapso de tiempo importante, pero al final el recuento más o menos es idéntico. Entonces me entrega el cuaderno, lo firmo, se lo vuelvo a dar lo firma y permanece de pie junto a mi con el cuaderno, ya cerrado, mientras yo, le suelto un pequeño discurso sobre su comportamiento, incidiendo especialmente en aquellas faltas o castigos, que pueden generarle una mayor perturbación. Aquel día al terminar, el discurso y con ella ruborizada como una cereza, la envié al rincón a pensar. Los codos apoyados en la pared, espalda recta y obviamente sin mirar hacía atrás  y sin moverse.

Evidentemente ahí en su rincón, notó como me levantaba, salía del comedor y tras un par de minutos volvía a entrar y sentarme, me encendí un cigarrillo y me lo fumé con calma. Al terminar la llamé. Se acercó hacía mi decidida pero tímida, en este tipo de juegos no solía oponer resistencia alguna, creo que en su cabeza podía más la incertidumbre y la excitación. En el brazo del sofá, había un reloj de arena. Otra vez frente a mi volví a sermonearla, a medio sermón, le bajé de golpe el pantaloncito corto del pijama y le hice poner las manos sobre la cabeza, para continuar y continué recordándole sus pecados y la necesidad de expiarlos y poner el marcador a cero. Acto seguido me di  un par de palmadas en el regazo, el significado de este gesto es claro y no acepta ningún tipo de confusión, significa que quiero su culo expuesto en mi regazo. Se colocó obediente y con suavidad, los pantaloncitos estaban en los tobillos, la cogí de la cintura, la puse en la posición ideal, pasé suavemente la yema de mis dedo por su piel desnuda, que reaccionó erizándose, entonces paré un momento, le di la vuelta la reloj de arena y empecé a azotarla con mi mano. Tenía 6 minutos por delante, hasta que el reloj de arena completase el ciclo, que iba mirando de reojo, cuando más o menos iba por la mitad del ciclo, y la piel empezaba a colorearse, repentinamente aumenté a un ritmo mucho más rápido y fuerte, durante tres minutos sin pausa. El resultado al completar el ciclo, era todo su culo de un color rojo brillante, uniforme y una piel caliente y sensible.

Entonces busqué algo que había escondido debajo de un cojín, era una caja metálica, que abrí, por el sonido seguro que adivinó que era, ya que la caja  y lo que contenía había sido un regalo suyo. Un viejo termómetro para medir la fiebre de cristal y mercurio, lo agité con fuerza, para que el mercurio descendiera, usando dos dedos separé sus nalgas rojas, lo apunté a su rosa oculta y suavemente empujé, hasta más o menos la mitad, mientras suspiraba. Cuando lo tuvo puesto le dije.

-Ahora vuelve al rincón, cuando estés le daré la vuelta al reloj y si se te cae, vas a tener  un problema.

Se levantó, caminó torpemente hasta el rincón con los pantaloncitos en los tobillos y apretando para evitar que el termómetro cayera. Cuando estuvo de nuevo en el rincón le di la vuelta al reloj  y me levanté esta vez camino del baño. Desde el rincón seguro que podía escucharme, abrir y cerrar el grifo y volver al salón. Me senté, aún quedaba algo de arena por terminar. Cuando terminó me levanté, me fui hacía ella, allí  en el rincón, le quité el termómetro, lo miré, la cogí de una muñeca y la llevé de nuevo al sofá. Su cara se puso blanca cuando vio la pera de enemas de un 1/3 de litro, en una bandeja y un recipiente con agua tibia a los pies del sofá. La solté ahí de pie, con  una toallita húmeda limpié el termómetro y lo guardé en su caja. Me senté, la miré, me suplicó, que eso no, pero un par de azotes en el muslo le dejaron claro, que no tenía más opción. Resignada se tumbó de nuevo en mis rodillas cuando se lo pedí. Le acaricié las nalgas caliente y rojas un rato, mientras le decía, que aquello era necesario y que si se portaba bien, al final tendría un premio. 

Entonces cogí la pera de goma negra, la cargué con agua, lubriqué la cánula, y luego con un dedo su pequeño y oculto agujero, entonces  le dije, que tenia que colaborar y eso significaba que ella misma debía separarse las nalgas y exponer bien su rincón más íntimo, lo hizo además a la primera, yo creo que estaba ya absolutamente rendida. Introduje la cánula hasta el fondo y empecé a apretar la pera, para que el líquido tibio fuera entrando en ella. Vaciada, se la saqué y la volví a cargar, repitiendo tres veces, casi un litro, al terminar de vaciar la última dejé la pera en el recipiente, le quité las manos de las nalgas, le di la vuelta al reloj de arena y empecé a jugar con mis dedos en su coño. Pocas veces, lo había encontrado tan mojado como aquel día, no fue una masturbación simplemente caricias y juegos por  todos los pliegues mientras la arena caía al otro cuerpo del reloj, hasta el último grano. Entonces le di una palmadita en el culo. Se levantó sin decir nada y salió hacía el baño, dejándose los pantalones a mitad de camino. Los recogí y me fui a la habitación, aun habían muchas cosas por preparar.

Sobre la mesilla, puse todo lo necesario. El cepillo del pelo cuadrado, el cinturón de los castigos doblado, lubricante y un consolador típico con forma de bala de 12 cm de largo, negro. Unos 20 minutos después más o menos apareció, abrumada, ruborizada y recién duchada, yo estaba sentado al borde de la cama. La hice desnudarse del todo, la cogí de la cintura y la acerqué a mi entre mis piernas, de pie, le di un beso en la barriga...

-Así, me gusta buena chica, aunque cómo entenderás, ahora debo marcarte el culo, separé más mis piernas, pusé mi mano en la parte baja de su espalda haciendo presión hacia delante y se tumbó sobre mi pierna izquierda con el culo expuesto de nuevo, cogí el cepillo, empecé a pasar la madera fría por su piel, apenas quedaba algo de color de la azotaina a mano, la sujeté de nuevo con fuerza de la cintura y empecé a azotarla con el cepillo. No fue una azotaina muy larga, pero si muy concentrada en la parte más baja de sus nalgas, hasta dejarle como dos ojos de buey de color escarlata uno en cada nalga. Dejé el cepillo y me puse a reseguir el contorno de aquellos dos círculos en su piel con un dedo, mientras con la otra mano sacaba las almohadas de la cama y las ponía en el centro de la cama, antes de hacer que se levantara volví a comprobar su humedad, que volvía a estar en máximos, incluso le metí un par de dedos, los saqué para saborearlos y le dije.

-Levanta y échate sobre las almohadas, ya sabes el culo bien levantado.

Lo hizo, sin rechistar, cogí el cinturón, lo dejé sobre su espalda, mientras le separaba las piernas, lo volví a coger y le dije.

-Serán dos docenas, una desde cada lado.

Levanté el brazo dejando caer el cinturón doblado por detrás de mi hombro y de un movimiento seco lo hice estrellarse contra su piel, prácticamente al instante, apareció una mancha en forma de franja ancha roja sobre su piel.  No le dije de contar, yo mentalmente contaba suspiros después de cada nuevo azote. A los doce cambié de lado de cama, así igualaba, ambas nalgas, la que queda más lejos es siempre la que se lleva la peor parte y cambiado de lado repartía por igual. Doce más desde el otro lado de la cama, cuando terminé con calma, dejé el cinturón en su sitio y le dije, mientras me desnudaba. 

-Quiero ese culo travieso y castigado lo más ofrecido posible.

Se puso de rodillas sobre la cama un momento, entonces apoyó la cara sobre las sábanas con las rodillas también, yo la miraba desde los pies de la cama, mientras me desnudaba, las nalgas marcadas, con los dos círculos escarlatas en la parte baja y las franjas cruzando toda la piel, desde ahí podia ver su sexo entre abierto, brillante, y también rojo. Me subí de rodillas totalmente desnudo en la cama, lo primero que hice fue darle muchos besos por todas las nalgas, el roce de mi barba sobre la piel sensible y castigada la hizo suspirar, pero enseguida empecé a pasarle la lengua desde el agujero del culo, hasta el clítoris y al revés, varias  veces saboreando bien toda su esencia, puse las dos manos apoyadas en sus nalgas muy calientes y sensibles, y hundí mi cara entre ellas, empecé a comerle el culo, primero suave y despacio, dibujando círculos con mi lengua alrededor de el, hasta que empecé a hacer presión con ella como queriendo penetrar su culo con mi lengua, haciendo el movimiento con mi cabeza de dentro a afuera, cada vez más rápido, ella empezó a jadear y entonces paré. Cogí el lubricante y el consolador en forma de bala, lubriqué, mientras un dedo entraba y salía de su culo ensalivado, hasta que llevé la punta del consolador a su estrecho agujero, empecé a presionar, estaba absolutamente relajada, así que poco a poco pero sin pausa fue entrando, abriendo su culo, hasta la empuñadura, entonces lo sujeté con la mano izquierda, para asegurarme que no lo expulsara y empecé a masturbarla con la derecha, vigilando cada síntoma, un par de veces la llevé al borde del orgasmo y justo entonces paraba y vuelta a empezar, la tercera vez jugué a dos manos, una en su coño y la otra jugaba a hacer entrar y salir el consolador de su culo y ahí la dejé correrse, en un orgasmo que mojó las sábanas, fue tan intenso que expulso en consolador de su culo y mis dedos de su coño, por las contracciones y terminó tumbada del todo boca abajo, rendida...

La dejé tomar aire, mientras le daba un pequeño masaje con aceite de coco en las nalgas, pero en cuanto recuperó, le hice agarrarse de nuevo las nalgas y separarlas, su culo nuevamente ofrecido para mi, pero ahora me tocaba a mi y profanar su intimidad, con el mismo aceite lubriqué mi polla y allí tumbada boca abajo le follé el culo con todas mi fuerza hasta correrme dentro y caer jadeante sobre su espalda, mientras apretaba mi pubis contra sus nalgas calientes.

Luego estuvimos un largo rato de caricias y recuperación, de vuelta a la normalidad, tras el ritual y continuamos jugando, ya de otra manera.

Fin.

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