sábado, 16 de enero de 2021

Expiando pecados.

 



Uno de los conceptos relacionados con el castigo es el de "expiación de culpas" salvo que tengamos algún problema mental, todo tenemos pequeñas cantidades de ese sentimiento, que nos sirve de brújula moral , por lo tanto es positivo y nos ayuda en nuestra vida social. El problema es que cuando ese sentimiento de culpa es excesivo, se convierte en negativo, es estresante y agobiante. La expiación de culpas es la piedra angular de toda organización social, todas tienen algún sistema  punitivo, que permite una limpieza y una segunda oportunidad.

Pero para que se efectivo debe cumplir unos parámetros. Sólo desde un principio de proporcionalidad, justicia, aceptación de la falta y fijación de la culpa, muchas veces abstracta y sin motivo, se puede conseguir ese efecto catártico de la exipación de la culpa a través del castigo. Pero además todo castigo tiene un ritual, compuesto de varios rituales que van pasando fases desde ese inicial sentimiento de culpa, hasta el momento de poder empezar de cero y perdonarse. Mejor lo cuento en forma de relato.


Confrontación:


Todo empezó a fraguarse de la manera más tonta. Habíamos vuelto al confinamiento duro, otra vez y es cierto, que desde el fin de fiestas, había notado cambios en su humor, más contestona, impaciente e impertinente, pero lo achaqué al agotamiento mental que teníamos todos y al revés intenté ser más paciente y comprensivo, aunque más de un día estuve tentado en ponerle el culo como una cereza madura. Sin poder hacer nada más que lo básico, fuimos a hacer la compra al supermercado después de comer , al terminar aprovechamos para ir a poner gasolina al coche a la gasolinera antes de volver. Entró ella a pagar, mientras yo repostaba. No tardó en salir y me dijo.

-No me pasa la tarjeta, no se que pasa y no llevo la de crédito.

En aquel momento no hice caso, llevaba efectivo encima le di, repostamos y nos fuimos para casa, hacía un frio como en años y ya llevábamos varias semanas así, lo mejor en casa calentitos. Subimos la compra y mientras la colocaba ella me dijo que  se iba a dar una ducha y poner cómoda. Y en aquel momento de soledad, mientras colocaba paquetes de pasta, café y demás empecé a pensar. Ella no es de natural derrochador, más bien al contrario, pero no eras menos cierto que con el confinamiento y demás le había estado dando bastante a las compras online y que habíamos tenido una conversación sobre eso, todo empezó a extrañarme y cuadrarme. El comportamiento de los días anteriores, la tarjeta denegada, igual estaba equivocado, pero...algo me daba en la nariz que no. 

Cuando salió de la ducha, la esperaba sentado en el sofá, era el momento de la fase de confrontación.

-Nena, ahora estaba pensando ¿que pasó con la tarjeta en la gasolinera?

El lenguaje corporal delata enseguida, cierto rubor, cara de sorpresa, ante pregunta imprevista, cierto balbuceo o duda en la respuesta...

-No...sé, no tengo ni idea igual se ha desmagnetizado la banda magnética.

En esta fase suele haber cierta resistencia mental a aceptar el error o evitar la consecuencia, aquí entra la habilidad de la "autoridad" para vencer esa resistencia. Yo sabía perfectamente, que usaba  una cuenta para gastos comunes y tenía otra de reserva, que esa estaba convencido que no había tocado, pero también sabía que había culpa en ella y que  necesitaba sacarla.

-¿Seguro? No habrás gastado de más con las fiestas

-No!!!!! además ya te hubieras dado cuenta.

-Bueno, me voy a dar un ducha y luego si acaso vamos al despacho y miramos no se que te hayan cobrado algo de más o haya un error.

Ahí decidí dar por terminada la fase de confrontación, ahora ya no había salida posible, es más dejaba un espacio de tiempo, me iba a la ducha, así que la dejaba a solas para pensar, si había cometido la "falta" sabía perfectamente que los descubriría y tendría una consecuencia, cocción a fuego lento.

Me di la ducha tranquilamente y al salir, ya cómodo estaba esperando en el sofá, la posición no era relajada y tampoco es cuestión de alargar la agonía en exceso, pasamos a la siguiente fase.

Confesión:


-Vamos al despacho

-Si no hay nada que ver

-Da igual por si acaso

-Otro rato, no tengo ganas ahora de ponerme con el ordenador.

-Pues dame la clave y ya lo miro yo

-Pfffffffffff mira que eres pesado

Se levantó y me siguió eso ya era un cambio, estaba empezando a aceptar la falta o al menos la resistencia era mucho menor. Entramos en la habitación que usaba de despacho, yo encendí el pc, ella se quedó de pie.

-Siéntate a mi lado ¿no? tienes que abrir tu con tu clave

-Es igual, hazlo tu, ya te la doy

-Como quieras.

Estaba claro que en aquel momento, ya no había posibilidad de escapar a su responsabilidad. Aquí los tiempos son importantes, en ese punto ya sabe que el castigo es el próximo paso, todo la atmósfera se electriza y alargar ese momento es importante.

Me puse a mirar el ordenador, le pedí la clave me la dio y empecé a ver los movimientos bancarios y a preguntar por cada pago sospechoso, me la imaginaba con las rodillas temblorosas, su rostro se enrojecía ante cada cobro de difícil justificación, las mariposas activadas en su estómago, pero también un humedad caliente en su sexo.

-Ahora entiendo muchas cosas -le dije al terminar-

Su rostro estaba rojo del todo, permanecía de pie, inmóvil, ya rendida del todo.

-Creí que había quedado claro, que ya estaba bien de compras online, además cosas que no usas y lo peor, estoy bastante decepcionado de que no me hayas dicho nada, que hayamos tenido que montar todo este teatro, cuando lo adulto y fácil hubiera sido decir "Mira Santi, se me ha ido la mano" ¿que se supone debo hacer? Porque te recuerdo que fuiste tú quien me pidió que controlase, que estabas gastando mucho. Mírame a los ojos.

Levantó un momento la vista suspirando y sentencié.

-Ya sabes que va a pasar ahora, coge la silla del rincón y ponla en el centro.

-Pffffffffffff

Siempre suele haber un último intento de rebeldía, en este caso fue un soplido, ahogado con una mirada. Obediente fue a por la silla simple del rincón, la silla de los castigos y la puso en el centro, frente al escritorio. Me levanté lentamente, mientras iba a sentarme en ella me subí la manga, me senté y sin darle tiempo a nada en un movimiento firme, la cogí del brazo y tiré de ella para hacerla caer sobre mi regazo.

Castigo.

Ahí mientras le acariciaba el culo por encima del pantalón del pijama se iniciaba la tercera fase, el castigo, el momento de expiar las culpas. Un castigo tiene que tener un componente de justicia, proporcional a la falta en cuanto a dolor y vergüenza, ni quedarse corto, ni pasarse, lo justo. Empecé a azotarla con el pantalón del pijama puesto, no es por lo que pueda amortiguar, es para recalcar que ya no tiene el control y que en cualquier momento, el pantalón se deslizará por sus piernas, para mostrar su culo expuesto al calor de mi mano. Unos minutos después, hice una pausa, detuve la azotaina.

Le dí otro sermón, sobre los efectos de su comportamiento en su culo, al terminar procedí a bajarle los pantalones del pijama, de forma lenta y ritual hasta los tobillos, para descubrir su piel ya sonrosada, de su culo expuesto en mi regazo como una niña traviesa y vuelta a empezar, ahora con una larga tanda de palmadas firmes y rítmicas, poco a poco fui subiendo el ritmo en velocidad y firmeza, a la vez que veia su piel enrojecerse más, desde el principio no hubo ningún atisbo de resistencia, aceptó la azotaina entregada, hasta dejarle el culo bien rojo. Decidí parar. Darle un respiro y trabajar la otra resistencia.

-Ahora señorita te vas a ir al rincón a pensar un rato, mientras yo hago una lista, con lo que quiero que devuelvas ¿está claro?

Le di un palmada, se levantó y sin decir nada ella sóla se fue al rincón manos en las cabeza y pantalón en los tobillos. Apunté en papel las devoluciones, me llevó un minuto, los otros diez me dediqué a observarla allí en el rincón, con el culo rojo y a la vista. Me levanté, recogí la silla, volví al escritorio, abrí un cajón y saqué de el, el cinturón de los castigos. La llamé y le dije.

-Inclínate sobre el escritorio, las manos agarrando las  patas.

Eso significaba, que para hacerlo correctamente, debía mantenerse de puntillas, con todo el cuerpo apoyado en el escritorio, mientras se colocaba, yo hacia sonar el cinturón de cuero marrón sobre mi mano doblado. Espere con calma que se colocara en la posición correcta, cuando estuvo no le dije número, simplemente empecé a soltar mi antebrazo con el apéndice de cuero del cinturón contra su piel ya enrojecida por mi mano, tandas rápidas pero cortas de 5 o 6 azotes y una pequeña pausa, para empezar de nuevo. Tras dos tandas, comprobé su piel, pasé mi mano por cada una de sus nalgas, estaban calientes y la piel con esos puntitos que indican algo de erosión, seguí un par de tandas más, algo más duras y otra nueva pausa, más caricias, más tiempo de caricias y terminé con una última tanda de una docena seguidos y más fuertes, que la hicieron quejarse por primera vez, al terminar y guardar el cinturón suspiró aliviada, pero no le di tiempo a mucho, la hice levantarse, la cogí de la oreja y salimos del despacho camino al salón, allí justa al lado del televisor la hice arrodillarse, manos sobre la cabeza y le ordené no moverse hasta nueva orden. 

Yo simplemente me senté en el sofá, me encendí un cigarrillo, sabía que el escozor en sus nalgas debía ser fuerte, pero un rato sintiéndolo sin adulterarlo es necesario, para evadir del todo la culpa. Cuando me terminé el cigarrillo, fui a buscar el aceite de coco.

Reconciliación y perdón.

Cuando la llamé, le indiqué que la quería de nuevo en mis rodillas, mis rodillas deben ser vistas como el lugar de los castigos, pero también el del consuelo y a veces también el del placer, otra vez tenía su culo en mis rodillas, ahora en el sofá en una posición más cómoda y relajada que en la silla, me puse aceite en las manos y empecé a extenderlo sobre sus nalgas ardientes, sin prisa y en silencio, aplicándole un largo masaje por toda la piel castigada. Tras un rato dejé caer un chorro de aceite entre sus nalgas, las separé un poco y empecé a masajearle muy suavemente el ano, haciendo circulitos alrededor de su piel rugosa, de vez en cuando hacía un poco de presión, como queriendo entrar y automáticamente se contraía, tres o cuatro intentos y ya totalmente relajada el dedo entró en su culo sin forzar, mientras con la otra mano seguía acariciando sus nalgas, hasta que delicadamente bajé a su sexo empapado y ahí sobre mis rodillas, se produjo simbólicamente el perdón, la reconciliación y empezar con el contador a cero.




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