Las relaciones de Disciplina Doméstica, no son estáticas, se evoluciona, se transforman y van surgiendo nuevos juegos a la vez que van quedando atrás otros. Eso sí, siempre permanece una base de rendición de cuentas y disciplina.
Fue ella quien me propuso un nuevo juego, una noche de diversión, ya relajados en la cama. Me dijo que llevaba días pensando en algo que la excitaba mucho: que yo controlase su placer, que tuviera la ultima palabra en eso y sobretodo que pusiera un poco de limite al placer en solitario. Me pareció que podía ser un juego divertido y excitante, pero que también tenía sus peros y contras. Así que le dije, que podríamos intentarlo, pero que antes, quería que se tomara unos días para pensarlo y que luego me escribiera una reflexión, en la que expusiera el resultado. Estuvo de acuerdo y ahí se quedó la cosa.
Mi sorpresa fue recibir al día siguiente, un correo suyo, con el título "reflexión". Y ahí me dio por pensar en las veces, en la que por algún motivo o castigo, le había mandado escribir algo, la de quejas y súplicas que había tenido que soportar, no pocas veces simplemente no lo había hecho o se había limitado a cumplir el trámite con ley del último esfuerzo y en cambio ahora que le pedía calma y sin plazo, cómo le interesaba, había sido rauda y veloz. Decidí que necesitaba una lección y se la iba a dar.
Aquel día ya en casa, la noté especialmente inquieta y expectante. Ni mencioné el correo. Al día siguiente, viernes,cenando, ya no pudo más y me preguntó.
- ¿No te ha llegado nada mío al correo?
- Si, es verdad, se me olvidó decírtelo.
- ¿Y que opinas?
- Te lo diré cuándo lo lea
- Vale...
Mi respuesta no le sentó nada bien, ya estuvo el resto de la noche distinto y esquiva. Incluso se fue a dormir antes, con la excusa que al día siguiente había quedado para desayunar e ir de compras con una amiga.
Se levantó antes que yo, cuando me levanté yo y fui a desayunar estaba en la ducha, se arregló y se fue sin decir nada.
Yo me quedé haciendo tareas de casa por la mañana y después de comer, me metí un rato en el despacho, sobre las 5 la oí llegar. Por el ruido venía con alguna bolsa, las dejó en la habitación e imagino que fue primero al comedor y al ver que no estaba vino al despacho y abrió la puerta.
- Estás aquí.
- Si...¿ Has comprado mucho?
- Algo...
- Entra y cierra un momento.
Lo hizo, se acercó a la mesa detrás de la cual estaba yo, cerré el portátil, la miré.
- ¿Estás enfadada conmigo?
- La palabra no es enfado
- ¿Y cuál es?
- Da igual...
- Es por lo del texto ¿Verdad?
- Pues si
- No lo he leído aún, ni lo voy a leer.
Me miró extrañada y a la vez sorprendida.
- No me mires así, te dije que quería que pensaras en todo unos días y que después lo escribieras y recibo el texto a las horas.
- Si lo hubieras leído sabrías que lo tengo muy claro, aunque ahora ya no sé.
- Yo veo otra cosa.
- ¿Que ves?
- Veo que la niña caprichosa que vive en tu cabeza tiene un capricho y cuando pasa eso, lo quiere ahora y ya. Pero mi función y mi modo de entender las cosas, es que yo no estoy aquí para colmar los caprichos de esa niña y menos aún si se pone a patalear. Mi función es contenerla, hacer que cuente a tres, a diez o a cien si hace falta, antes de tomar decisiones impulsivas y lo más importante, si cedo, es imposible controlar, ni el placer, ni nada. Si cada vez que quieres algo lo hago como tú quieras y cuando tú quieras, la que tiene el control eres tú y eso créeme que no va a pasar nunca, mientras quieras seguir en esta dinámica de relación. Así que ahora mismo te vas a poner el pijama y vuelves, no tengo prisa, así que deja todo recogido y en su sitio ¿Está claro?
Si algo era bastante efectivo, solían ser mis sermones, no dijo nada, se fue. Mientras se cambiaba de ropa abri el cajón de abajo de la mesa escritorio. Aquel cajón era especial, había en el toda una serie de juguetitos muy especiales, saqué dos. Los dos relojes de arena. El pequeño de 6 minutos y el grande de 30 minutos. Los puse sobre la mesa, me levanté y fui a la cocina, cogí un par de vasos anchos y bajos y una botella de agua. Al entrar de nuevo en el despacho, le di la vuelta a la silla que hay frente al escritorio y me senté a esperar.
No tardó mucho en venir. Llevaba aquel pijama con el pantalón a cuadros blancos y azules. Sin que yo le dijese nada, se acercó a mí y se quedó de pie frente a mis rodillas.
- Lo siento, tienes razón a veces soy muy impulsiva y caprichosa.
- Créeme que lo sé, y me gusta que lo aceptes, pero eso no te va a librar del castigo y de la lección. Pon las manos sobre la cabeza.
- Pfffff
Lo hizo y nada más hacerlo le bajé el pantalón del pijama hasta los tobillos y después hice lo mismo con el pijama. Me levanté la cogí del brazo y la puse cara a la pared, en el centro. Le hice poner los brazos en cruz con la palma de la mano hacia arriba. Fui para la mesa, abrí la botella de agua y llené ambos vasos un poco más de la mitad, los cogí y le puse uno en cada palma de la mano.
- Ni se te ocurra agarrarlos, la mano extendida. Hoy vas a aprender, que quién controla el tiempo soy yo.
Me fui para la mesa, le di la vuelta al reloj de 6 minutos y me senté en el sillón de trabajo. Cogí el móvil y llamé a un compañero, la arena del reloj bajaba lentamente. Debía estar a tres cuartas partes de finalizar, cuándo se le escurrió un vaso, y en el gesto reflejo de intentar aguantarlo el otro fue detrás.
- Dame un momento Sergio, ahora te llamo
Nada más colgar, le dije.
- No te muevas, sigue mirando la pared con los brazos en cruz!!!!
Se giró de inmediato. Fui a por el cubo de basura y recogí todos los cristales que vi.
- Ve a por la fregona y recoge esto.
Se dio la vuelta y se inclinó para subirse la ropa.
- ¿Te he dado permiso?
- No...
- Pues hasta que no te dé permiso, ya sabes
Salió caminando con la parte de abajo en los tobillos, volvió con el cubo y la fregona, recogió toda el agua.
- Mira bien que no haya ningún cristal.
Lo hizo y fue a coger el cubo de fregar.
- Deja eso ahora, ven aquí.
Yo estaba apoyado en la mesa, mirándola. Con una pequeña correa de cuero en la mano.
- Hoy vas a aprender también, que jugar tiene sus riesgos y a veces consecuencias no deseadas. Ahora vas a poner la palma de la mano abierta hacia arriba. Te voy a dar 6 en cada mano. A los tres cambia de mano, pon la otra y repetimos.
Extendió primero la izquierda, le di tres azotes, luego puso la derecha y tres más, y otra vez la izquierda y la derecha, para completar los seis en cada mano. Al terminar agitó las manos y resopló.
- Manos estiradas y juntas.
En cuanto lo hizo, le puse la correa en las manos y le dije.
- Voy a terminar la llamada que me has interrumpido, espero que al menos no se te caiga la correa.
Antes de volver a sentarme le di de nuevo la vuelta al reloj pequeño. Cogí el teléfono llamé de nuevo a Sergio.
- Perdona, Sergio que Estela ha tenido un pequeño percance...nada grave.
Terminé la conversación sin quitarle ojo a ella y al reloj. Cuando terminó. Me levanté, le cogí la correa y le hice poner las manos sobre la cabeza. Volví al escritorio abrí el cajón y cogí la regla de madera de 60 cm.
- Inclinada sobre la mesa, codos apoyados en la mesa y las manos planas.
Cuando lo hizo, me agaché detrás suyo.
- Abre las piernas
Las abrió...
- Más!!!
Las separó aún más y puse la regla por encima de sus tobillos.
- Ahora ciérralas hasta que notes la regla.
Lo hizo
- Perfecto, no te muevas
Le quité la regla y la dejé sobre su espalda. Le di la vuelta al reloj de arena grande, el de 30 minutos.
- Dentro de un rato vendré a azotarte el culo. Y te aviso volveré a medir la separación de piernas y si no es la correcta o se cae la regla te daré el doble de azotes. Así que quietecita a esperar a que venga a ponerte el culo cómo un tomate. Dejo la puerta abierta.
Y allí la dejé. Me puse a hacer cosas de casa de vez en cuando le echaba un ojo. Se puede hacer muy larga media hora, expuesta, inmóvil y teniendo la certeza que eso va a terminar con el culo dolorido.
A ella le debió parecer eterna y a mí me voló. 30 minutos más tarde volví a entrar en el despacho. Cogí la regla.
- Voy a comprobar si has sido buena del todo.
Me agaché y le puse la regla otra vez encima de los tobillos.
- ¿Lo ves? Cuando quieres, puedes. Pero tienes que aprender una lección y tú las aprendes mejor con el culo rojo.
Dejé la regla encima de la mesa y le subí la camiseta por encima del pecho. Al terminar le di la vuelta al reloj pequeño.
- Creo que en 6 minutos me dará tiempo a que "memorices" la lección.
Empecé a pasarle la regla por los cachetes del culo, por la cara interna de los muslos, cómo no iba a haber calentamiento, jugué un poco y empecé a pasarle la regla plana entre las piernas.
- ¿Te gusta?
Suspiró...y le di unos toquecitos suaves en el coño.
- Un castigo no debería gustarte.
Entonces de repente le di dos azotes en el culo con la regla. Resopló y enseguida aparecieron dos franjas rosadas en su piel y vuelta a jugar con la regla unos segundos, hasta que le di tres azotes seguidos.
- Cuando termine, volveré a medir la separación de la piernas y si no están a la medida te daré una docena extra.
Nada más terminar le di cuatro azotes seguidos. Ahí ya no se distinguían las franjas, tenía la piel de un rosado uniforme. Que sería ya rojo, cuando le di cinco más seguidos. Ya casi había terminado el reloj, cuando le di seis azotes seguidos, y el reloj terminó el ciclo.
Me agaché otra vez y puse la regla encima de sus tobillos.
- Bueno no está mal.
Fui a guardar la regla en el cajón. Tenía pensado una última penitencia para trabajar la paciencia, pero antes fui a inspeccionar la esquina y encontré un par de trocitos de cristales de los vasos de antes.
- Mírame
Se incorporó y se dio la vuelta.
- Te dije que comprobaras bien si quedaban cristales, veo que te ha podido la prisa otra vez.
Ya no dije nada más, la cogí del brazo y la llevé casi arrastras al salón. Dejé los trocitos en un cenicero y la tumbé en mis rodillas. Sin decir nada empecé a azotarla con la mano, llovía sobre mojado, nunca mejor dicho, porque la zurra a mano le caía sobre una piel ya castigada. Pero no por eso fue menos intensa, le estuve zurrando el culo hasta que empezó a dolerme la mano.
Cuando terminé la hice levantarse, la llevé a la esquina del salón y la hice ponerse de rodillas con las manos sobre la cabeza.
Yo fui a buscar, el reloj de arena pequeño, su cuaderno y bolígrafo.
Dejé el cuaderno y el bolígrafo en la mesita y fui con el reloj hacia la esquina. Lo puse en el suelo a su lado.
- ¿Querías que te controlara el placer? Muy bien, pues lo vamos a hacer. Le voy a dar la vuelta al reloj y tendrás 6 minutos exactos para masturbarte y correrte aquí de rodillas, cara a la pared y con el culo rojo. Si cuando haya terminado el reloj, no te has corrido, dejarás de tocarte y estarás sin placer una semana.
Le di la vuelta al reloj y me senté. Estuvo como un minuto sin hacer nada, hasta que puso un brazo en la pared, apoyó la frente y empezó a tocarse a partir de eso momento todo fue muy rápido, los movimientos de su mano, los jadeos y gemidos y una explosión final, que dejó extenuada y jadeante.
La dejé allí un instante, mientras iba a por la crema. Cuando estaba sentado en el sofá la llamé, se levantó y sin necesidad de decirle nada se tumbó en mis rodillas para que le aplicara el alivio de la crema, cuando empezó a despertar del juego me dijo.
- Podría estarme horas así.
- Así ¿Cómo?
- En tus rodillas y que tú acariciándome el culo...
- ¿Tienes prisa?
- No...
- Pues disfruta de la paciencia.
Fascinante, exhitante, gran relato.
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