Este es un relato algo diferente. La mayoría de ellos describen una escena de juego. Este lo hace pero desde la mente de quien lo escribe, en primera persona
No es fácil mantener a raya el deseo, mientras te observó, desde el sofá. Reina un silencio tensó, pero también caliente y húmedo. Puedo escucharte respirar, me gustaría saber que pasa por tú cabeza en ese momento, que sientes, ahí con la nariz pegada a la pared, las manos sobre la cabeza y los leggins a medio muslo. Te he permitido mantener tu ropa interior, pero en el fondo, es que me reservo para mí, el momento de hacerla descender.
No me lo has puesto fácil, aunque a la vez me has estimulado a no ceder ni un milímetro, mis dedos grabados en la piel de tu culo, son testigo. Una vez ahí has empezado a rendirte, aún a regañadientes. Pero estás ahí, quieta, inmóvil, a medio vestir, expectante e inquieta, mientras te observo.
Hasta que mi voz, tranquila, segura, pero con aroma imperativo, te dice.
- Ven aquí, por favor.
Bajas tus brazos y los agitas, antes de darte la vuelta. Coges aire, te das la vuelta y entonces esa frase que tantas veces has escuchado, cobra sentido: "la vergüenza es parte del castigo" al dar el primer paso, la ropa a medio bajar, es un incordio, imposible mantener la dignidad. Hasta que llegas frente a mis piernas, te miro en silencio.
Empiezas a hablar, conatos de explicación y excusas malas, siempre tienes excusas.
- No hay nada que discutir...señorita (con la pausa y todo) ahora sólo escucha y pon las manos sobre la cabeza.
Tus ojos brillan de indignación, pero tu boca calla a la vez que tu rostro se pigmenta un poco.
Entonces hablo yo, retahíla de frases conocidas, que suenan cómo un azote.
" Ya te he avisado muchas veces" " No has parado hasta acabar con mi paciencia" " La próxima vez, te lo pensarás dos veces" " Debería darte vergüenza a tu edad" " Si tú actitud es la de una niña, no me dejas más opción que tratarte cómo tal"...
Aunque mentalmente me lo he preparado, al final siempre acabo improvisando el sermón, lo puedo alargar más o menos, hacerte preguntas, decirte que me mires, hasta que pasó al siguiente estadio.
Mis dedos buscan la cintura de tu ropa interior, se meten dentro y la hacen descender. Tragas saliva, suspiras..."la vergüenza es parte del castigo" tu rostro se enrojece más, pero seguro que si comprobase tu ropa interior, encontraría una mancha húmeda. Tú cerebro y tu cuerpo han cogido caminos opuestos. Tú cabeza se siente avergonzada y tu cuerpo está excitado.
- Colócate en posición.
La penúltima queja sale de tu boca, resuelta con una mirada. Te mueves hacia mi derecha y despacio, aún con algo de rebeldía te tumbas en mi regazo. Sabes perfectamente la posición a adoptar y lo haces. Los pies en el suelo, las piernas rectas, el cuerpo descansa en el sofá. Tus curvas naturales, aún se marcan más en esa posición, arqueas la espalda, me ofreces el culo. Pero por veces que lo repitas, siempre voy a corregirte la posición.
- Levanta más el culo!
Mi antebrazo izquierdo descansa en la parte baja de tu espalda, aún no te sujeta. Entonces mi mano empieza a acariciar tus nalgas suaves y tibias. Otra vez me toca lidiar con el deseo, mi polla crece bajo mis pantalones y tu piel se eriza. De repente paro y vuelvo a azotarte de voz, recordándote porque estás en esa posición indecorosa, sin derecho a la intimidad y que va a suceder a continuación.
Cuando cesas los azotes mentales, un sonido, mi mano empieza a azotar tus nalgas, los primeros, siempre tienen ese efecto sorpresa, justo al empezar, te sujeto un poco más fuerte. Poco a poco subo el ritmo, hasta llegar a un punto constante, tu piel se sonrosa enseguida, pero estás inmóvil. Te sujeto un poco más fuerte y aumento el ritmo de las palmadas, mi mano también entra en calor y eso la vuelve más implacable. Ahora es un constante, ritmo e intensidad, el rosa de tu piel se va volviendo rojo, tu silencio estoico ahora deja ir de vez en cuando un pequeño gemido o soplido.
Entonces los azotes cesan en tu culo, pero vuelven a tu cabeza, cuándo te vuelvo a repetir el motivo de tener el culo rojo, hasta qué te sujeto con fuerza otra vez y cae un ráfaga más de azotes, rápidos y continuos, pero breve. Mi mano siente cómo si un ejército de hormigas calientes se paseara por ella.
Y se hace el silencio, tu culo es el único estímulo visual, rojo muy rojo, mientras lo observó en silencio, noto mi polla otra vez, la había olvidado por completo, ahora se manifiesta presionada entre mis pantalones y tu cuerpo. Otra vez el deseo me despista, hasta que te recuerdo que en el brazo del sofá está ese cepillo esperando.
Lo cojo y empiezo a pasarlo por tu piel sensible, es una forma de decirte sin hablar que aún no ha terminado, que aún falta lo peor. Conoces perfectamente de lo que es capaz ese cepillo y mi mente, sabes cuál es su efecto, incluso puede que me odies en ese momento, pero es un castigo y sabes que no voy a olvidarlo.
De repente un sonido sordo, el cepillo rígido y denso se clava en tu nalga, y empieza su concierto. Metódicamente alterna nalga y nalga, no te he dicho un número, nunca lo hago cuando uso el cepillo, pero te vuelvo a sujetar la cintura con fuerza, incluso levantándola un poco. Tú me das pistas y cuando noto que empiezas a estar en ese punto, te dejo descansar un poco. Se trata de mantener el culo vivo, no de agotarte enseguida. Alargar un poco más. Hasta que apunto sólo a la mitad inferior de tus nalgas, en una última y punzante acometida. Aquí ya cada azote es acompañado de una pequeña queja, hasta que vuelven a cesar.
De nuevo silencio, que sólo rompe tu respiración rápida, he dibujado en tu piel dos círculos púrpura, cuando recuperas el aliento, mis dedos rozan el perímetro de tus marcas, que el tiempo dirá si permanecen o desaparecen. Tu piel responde erizándose y tu cerebro haciéndote gemir. Ahora parece que cerebro y cuerpo vuelven a ir por el mismo camino.
Te bajo la ropa hasta los tobillos, vuelvo a coger el cepillo, pero ahora de otra forma, te separó las piernas, en mis rodillas tengo absoluto acceso visual y del otro a tu intimidad, el mango del cepillo hace de explorador y se pasea entre tus labios hinchados, mojándose de ti. Empiezo a jugar y tu respiración se vuelve a acelerar. Seguiría pero no estás en mis rodillas para eso, al menos de momento. Me detengo, te acaricio el culo, ahora con toda la mano, agarró una nalga y la otra, entonces haciendo contorsionismo, busco algo en mi bolsillo y lo saco, algo que te hace suspirar cuando lo notas frío en tu coño. Hasta que te digo.
- Sepárate las nalgas.
Suena más imperativo que antes, vuelve la frase a ti cabeza: "la vergüenza es parte del castigo", pero ahí ya estás rendida del todo y si no lo estás, la situación en mis rodillas y con el cepillo al alcance, hace que te rindas, para ofrecerme tu parte más oculta. No tengo lubricante a mano, pero entre la tuya natural y saliva es suficiente, cuando apunto el plug a tu rosa rugosa expuesta, se contrae, espero a que sueltes aire y te relajes, entonces hago presión con el hacia dentro, sin prisa pero constante, hasta que la parte más ancha atraviesa la frontera y desaparece dentro de tu culo a la vez que sueltas un pequeño gemido.
Te dejo un minuto en mi regazo, para que sientas el intruso de acero, que tienes dentro de ti.
- Al rincón de rodillas.
Sueltas un pequeño resoplido de frustración, te levantas, tu cara es difícil de describir, no es de dolor, tampoco de placer, pero dibuja una especie de media sonrisa.
Caminas como ausente y en modo autómata hasta el rincón, con la ropa en los tobillos, allí te arrodillas pegada a la pared, cuando vas a poner tus manos en la cabeza te digo que no, que las levantes los brazos estirados del todo y apoyes las palmas de las manos en la pared.
Lo haces, y vuelvo a estar observándote, ahora sí rendida del todo. La posición es incómoda, pero es una prueba de rendición, tampoco te tengo mucho así. Me levanto y voy a buscar el aceite y una toalla, pongo la toalla estirada en mi regazo y te llamo.
Te levantas y vienes, ya no hay reproches, ni sermones. Ni tan si quiera instrucciones, ya sabes que tienes que hacer. Vuelves a mis rodillas, esta vez estiras las piernas también en el sofá. Ya no te sujeto, sólo descanso mi mano izquierda en tu espalda. El aceite tibio resbala por tus nalgas, lo extiendo con delicadeza, la piel sigue muy caliente, pero receptiva, a medida que la misma mano que hace un momento te castigaba, calma los efectos de tu castigo vuelvo a notar que crece mi excitación, me encanta tu culo y más aún rojo y rendido.
Y ahí en mis rodillas en la misma posición que te he castigado severamente, con la misma mano, tiene lugar el último acto del castigo, aunque tenga forma de orgasmo, ese orgasmo es el final del castigo. Es un orgasmo en la más absoluta rendición, pasivo, dejándote ir, sin pensar en nada más que sentirlo, cuando mis dedos en tu sexo, notan tus contracciones y escucho tus gritos de placer, el castigo ha terminado. Volvemos a la normalidad, aunque será una vuelta lenta.
Durante unas horas estarás mimosa como una gatita, receptiva y rendida aún. Luego quizás durante unos días, cada vez que te sientes te acordarás, cada vez que te desnudes no podrás evitar mirarte al espejo y seguramente también calmarán los desafíos.
Me encanta esta historia/historia porque sentimos muy bien los sentimientos y emociones contradictorios de los dos protagonistas.
ResponderEliminarMezcla cosas que realmente me gustan las nalgadas, el erotismo, la disciplina, el placer y la ternura…
Entramos un poco en tu mente...
🥰😉
A veces es esta ingeniosa mezcla la que necesito imperativamente firmeza, atención, gravedad, complicidad, trastornos y cuidado (si omitimos el placer porque es un castigo ^^)
ResponderEliminarEs difícil abrir la mente.Gracias!!!
Eliminar¡¡También lo sé mucho!! Esta puerta abierta a la mente y la intimidad es muy complicada y difícil de compartir, incluso si ganas mucho dejando que algunas personas la penetren...
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