sábado, 25 de septiembre de 2021

Impulsividad




Cuando encendí la luz de mi despacho, reinaba el silencio, todo el mundo se había ido ya de fin de semana. Sólo quedaba yo y los días se acortan inexorablente como corresponde a este tiempo. En aquel momento la única persona a parte de mi que debía haber en la gran nave industrial era el guardia de seguridad, esperando que pasaran las horas para el relevo.

Me quedé un rato mirando por la ventana, la puesta de sol pensativo. Había sido una semana con mucha carga de trabajo y quería dejarlo terminado, para evitarme tener que ir el sábado y encarar la semana siguiente con más tranquilidad. Pero ese no era el motivo de mis pensamientos.

El motivo era la absurda discusión que habíamos tenido aquella mañana y que había acabado de malos modos. Resulta que ella había quedado sin yo saberlo para ir de cena con unos amigos aquel viernes, me enteré desayunando y le conté mi situación y la posibilidad de aplazarlo para el día siguiente. Y ahí se desencadenó una serie de reproches, terminados a su manera, vamos marchándose de casa de malos modos y visiblemente enfadada. Es cierto que luego a media mañana me había escrito disculpándose y con varias excusas, mi respuesta fue citarla en mi lugar de trabajo un poco antes de la hora del evento. 

Cuando se puso el sol y ya cayó la prematura noche otoñal, volví a mi mesa a intentar terminar de cerrar el trabajo que me quedaba, aunque no conseguía concentrarme. 

Un rato después vi los destellos de unos faros de un coche, que entraban en el parking. Me levanté y me asomé a la ventana, era ella. El guardia de seguridad ya estaba avisado que la dejase entrar. Al estar ya cerrada al público la empresa para entrar había que tocar un timbre, desde mi despacho lo escuché sonar. No había duda era ella. La distribución del lugar es simple. Hay una puerta principal, allí hay un recibidor, con una mesa de recepción, cuando está abierta al público siempre hay dos recepcionistas, el recibidor también hace las veces de sala de espera, con varias sillas, máquina de café y bebidas. Tras el mostrador de recepción a la izquierda hay una escalera metálica, que sube una planta y da a un pasillo, a lado y lado del pasillo están los distintos despachos y al fondo una gran puerta que da a la sala de reuniones. Mi despacho era el último, al final del pasillo a la derecha. 

El silencio, hizo que pudiera escuchar los pasos de sus botas, peldaño a peldaño y seguir con el oído cada paso por el pasillo. Hasta que se detuvieron y escuché unos nudillos golpear la puerta de mi despacho.

- Está abierto pasa.

Abrió la puerta y entró, llevaba unos vaqueros de esos que yo digo de segunda piel, botas de caña, hasta debajo de las rodillas, una camiseta de manga larga, pero que dejaba un hombro al aire, el bolso colgando en el otro hombro y del bolso también colgaba una chaqueta, ya las noches empezaban a ser frescas.

- Siéntate -le dije indicando la silla frente a mí mesa de trabajo- no le queda mucho ya.

Se sentó, yo hice ver que seguía enfrascado en la pantalla del ordenador, pasaron un par de minutos de silencio tenso, hasta que ella dijo.

- Se puede fumar?

- En teoría no, pero bueno si abres la ventana y tiras el humo para fuera fuma, más que nada es que no vaya a saltar el detector de humo.

Se levantó, dejó el bolso y la chaqueta en la silla, cogió el paquete de tabaco, abrió la ventana corredera, se apoyó en el alféizar y se encendió un cigarrillo. Yo tecleba incoherencias en una hoja de words haciendo ver qué trabajaba y pasado cinco minutos cerré sesión y bajé la pantalla del portátil, me estiré en la silla cómo un gato y entonces ella desde el alféizar aún me dijo 

- Estás cansado, verdad?

- Pues sinceramente, si.

- Siento mucho haberme puesto así está mañana, si me hubieras avisado no hubiera organizado nada.

- Ya, si me hubieras preguntado antes de organizar, te hubiera dicho, además sabes que llevo días llegando tarde.

- Si quieres llamo, me invento una excusa y nos vamos a casa.

- No, ya cogí ropa al salir y aquí hay vestuarios y ducha. Nena el problema no es un malentendido o falta de comunicación, llámalo como quieras. El problema es tu actitud, cuando algo no sale cómo quieres, lo que no puede ser es que cada vez que pasa algo así te enroques, te enfades con el mundo, que al final lo único que consigues es enfadarte contigo mismo y arrepentida de haber tenido una pataleta de quinceañera malcriada. Son muchas veces ya y la paciencia tiene límites.

La miré seguía allí, había bajado la mirada y su rostro estaba algo ruborizado. Me levanté, la cogí de una mano, con la otra le levanté la barbilla para que me mirase.

- Vamos a ir a esa cena, ahora voy a bajar a ducharme y cambiarme y me vas a esperar aquí pensando. 

La obligué a incorporarse, no me costó, me siguió sin decir nada. La llevé hasta justo al lado de la puerta mirando a la pared, allí yo mismo le puse las manos sobre la cabeza.

- En cinco minutos vuelvo, no te muevas de aquí.

Abrí la puerta y salí al pasillo, pero no la cerré del todo la dejé entreabierta. Yo sabía perfectamente que estando yo, el guardia no subiría y más sin saber quién era ella, podía ser perfectamente una clienta. Pero ella no, ella estaba allí castigada cara a la pared en mi despacho, con la puerta entreabierta, podía escuchar mis pasos alejarse, incluso tal vez mi voz hablando un momento con el guardia, que estaba en el mostrador de recepción. 

Fui hasta mi taquilla, cogí ropa nueva y me fui hasta el vestuario, me di una ducha rápida y me vestí. Entonces volví a subir, imaginando sus nervios al escuchar el sonido de unos pasos subiendo la escalera y acercándose por el pasillo, me detuve en la puerta, esperé un instante para entrar. Ahí ya debió oler mi perfume y destensarse algo. 

Entré y cerré la puerta, al cerrar puse el seguro. Sin decirle nada fui hasta mi mesa de trabajo, aparté la silla y algunas de los cosas que había en la mesa hacía un lado y entonces le dije.

- Ven aquí.

Bajó los brazos, suspiró de alivio y se acercó despacio, antes que llegara a mí, dije.

- Recuerdas la escena de la carta de la película " la secretaría" verdad? Pues quiero que te pongas en la misma posición en la mesa.

Habíamos visto esa película varias veces juntos y esa escena en particular, le había resultado muy turbadora. Bajó la mirada caminó dos o tres pasos más hasta la mesa, entonces se inclinó apoyando los codos y las palmas de la mano en la mesa. En esa posición su cuerpo quedaba casi en un perfecto ángulo de 90 grados, entre las piernas y la espalda, su culo quedaba perfectamente presentado y expuesto, además los vaqueros ajustados de por sí, aún se pegaban más a su piel. 

La dejé un momento en esa posición, sin hacer, ni decir nada. Hasta que me acerqué, rodeé con mis brazos su cintura por detrás y con mis dedos busqué el botón de los vaqueros, cuando lo encontré los desabroché y empecé a luchar con ellos para bajarselos, que bien que quedan, pero como cuesta bajarlos, con leves tirones de un lado y el otro lo conseguí, justo  hasta las botas, luego metí los dedos por cada lado de la goma del tanga y de un tirón también se lo bajé. 

Me retiré un poco, con alguna diferencia pero la escena me recordaba a la película. Su culo desnudo, blanco y ofrecido, la ventana abierta hacía que entrara algo de brisa fresca que debía sentir. Entonces me desabroché el cinturón, tiré de enérgicamente haciendo que silbase con la fricción, la hebilla de latón sonó cómo una campanilla. Era un cinturón de color marrón cordobés, de cuero de calidad algo más pesado y ancho que otros. Lo doblé, me desvié un poco hacia la izquierda lo presente varias veces sobre la piel desnuda del culo, para comprobar que lo había doblado a la medida exacta. Cuando se azota con el cinturón si es muy largo rodea las caderas y lo que hay que calentar es el culo. Cuando estuve seguro de que tenía el tamaño ideal, armé el brazo y dejé caer un golpe seco, el cinturón silbó cortando el aire para terminar en un estruendo al frenarse de golpe contra la piel de las nalgas desnudas. En frío y sin calentamiento, tras el impacto un suspiro y esperé unos segundos hasta ver cómo una franja rojiza se dibujaba en su piel. 

Los tres siguientes fueron seguidos, la puerta estaba cerrada y yo sabía que el guardia siempre tenía encendida una pequeña radio para llevar mejor las horas en solitario, pero la mente es muy sugestionable y los correazos parecían poder escucharse a kilómetros. Seguí con ese ritmo, de tres o cuatro seguidos y una pausa, hasta la treintena más o menos. Con calentamiento, estando ya el fondo rojo, las marcas del cinturón hubieran sido menos visibles, pero en frío, tras la sesión de cinturón, tenía el culo como un cuadro abstracto, cómo unos brochazos rectangulares que cubrían ambas nalgas, con distintos tonos de rojo.

Dejé el cinturón sobre su espalda, separé un poco sus piernas usando mis pies, pasé mi mano derecha por ambos cachetes, calientes y sensibles al tacto, suspiró al sentir mi piel caliente, y entonces llevé toda mi mano entre sus piernas, estaba inundada de un agua viscosa y caliente, sonreí y desde atrás empecé a darle palmaditas en el sexo, suaves y seguidas empezó a inquietarse y gemir. Paré de repente y le dije.

- Vamos a llegar tarde...

- Joder, me vas a dejar así toda la noche?

- Crees que mereces un premio?

Suspiró como de decepción y entonces le dije.

- Podemos hacer un trato, si quieres no quedarte con las ganas, yo sigo castigándote  y tu te tocas mientras, cuanto antes llegues, antes terminará el castigo.

Su respuesta, fue llevar su mano derecha al coño y empezar a masturbarse, cogí el cinturón y empecé a azotarla, ahí su cabeza había desconectado y ya daba igual el ruido, los jadeos, los gemidos y el guardia de seguridad. Le di como una docena más mientras su mano y dedos se movían frenéticos, hasta que paró y se dejó caer con todo el pecho sobre la mesa, las piernas también le flojearon y sus gemidos y jadeos eran casi gritos. 

La dejé ahí jadeante sobre la mesa mientras me ponía de nuevo el cinturón, aún medio en trance la ayudé va incorporarse, la abracé por detrás, hasta que su respiración se calmó. Entonces le subí el tanga, luego los vaqueros, ahí volvió a sentir el trabajo del cinturón en su culo, quejándose de cierta incomodidad. Recogí mis cosas, apagué las luces y salimos. Caminamos en silencio por el pasillo, el guardia no estaba en el mostrador de recepción, estaba en la calle fumando, nos miramos y ella se puso roja, todo había sucedido con la ventana abierta, me despedí del guardia, ella también pero de lejos avergonzada. En ese momento el guardia volvía a entrar y nos fuimos para el coche, ella me dió las llaves. Abrí con el mando cuando me iba subir vi que cogía el teléfono y enviaba un audio.

- Chicos, que Santi acaba de llegar ha tenido lío en el trabajo, así que mejor lo dejamos para otro día.

La miré.

- Yo no puedo ir así, parezco una fuente y los vaqueros me están matando y eso hace que me moje más.

Sonreí

- Bajatelos

Miró en todas direcciones para asegurarse que no había nadie. Me miró ya desinhibidas se desabrochó los vaqueros y se los bajó

- Joder que alivio el fresco 

- Nena, el tanga también y entra y siéntate en el centro del asiento de atrás

Lo hizo.

Entré, arranqué el motor, puse el espejo para poder verla bien y antes de ponernos en marcha le dije.

- Como se siente la tapicería?

- Como si fuera de lija 

- Tenemos un cuarto de hora hasta casa, si te corres antes de llegar, en casa te calmare ese ardor...

Ya no dije más me puse en marcha, en cuanto la miré por el retrovisor estaba con la cabeza hacia atrás los ojos cerrados y la mano traviesa entre sus piernas, le sobraron 5 minutos.

Y yo cómo siempre cumplo un pacto, en casa me dediqué largo y tendido a cuidar ese culo, que a fin de cuentas tantas alegrías nos da. De ahí pasamos a los placeres más puramente carnales, hasta quedarnos dormidos de agotamiento placentero y sin rastro alguno de malos entendidos y enfados. 







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