Durante este serie de 5 capítulos anteriores he intentado tratar algunas de las prácticas de sexo o estimulación anal, más frecuentes y asociadas a los juegos. Con esta entrada doy por terminada la serie, al menos de momento y lo voy a hacer desde una vertiente más social y psicológica.
El sexo anal sigue siendo el gran tabú de la sexualidad, es cierto que se ha producido de un tiempo hacia aquí cierta aceptación pero muy enfocada al sexo homosexual y curiosamente en el heterosexual sigue teniendo mucho de incomprendido. Durante largos períodos, y en muchos lugares, el sexo anal se ha considerado contrario a la naturaleza. En un sentido limitado de la visión de la sexualidad esto es cierto. Introducir una polla en el culo de otra persona no tiene como objetivo la procreación, que es el objetivo principal de la actividad sexual en el reino animal. Y se considera que el ano, es una vía de salida y no de entrada de dedos, juguetes de silicona y demás.
El error de base consiste en creer que todo aquello que sea contrario a natura es intrínsecamente malo. Cuidar a enfermos es antinatural, usar cuchillo y tenedor también, tener calefacción o desplazarse en máquinas son antinaturales y sin embargo nos han hecho avanzar. Pero es que todo el sexo humano es antinatural y perverso, en el aspecto que cada cópula que tenemos en la vida no pretende la procreación, y es algo más elaborado que limitarse a inseminar.
Follar o dejarse follar el culo por alguien tiene mucha similitud con hacer deporte, escribir un libro o componer una canción por ejemplo, actividades interesantes y a menudo agradables que no tienen una conexión directa con tener hijos. Pero que nos llenan hasta hacernos trascender.
El ano es la parte más pudorosa del cuerpo humano. Hemos desarrollado reglas estrictas sobre la necesidad de una privacidad extrema alrededor de nuestros traseros. Nos ocupamos de cerrar la puerta del baño, extremamos la higiene, etc.Es más los músculos del esfínter tienden a contraerse cuando nos sentimos ansiosos.
Pero todo esto alimenta la ternura y dulzura de poder explorar esta parte de otra persona o de dejar que nos haga esto. Cuanto más poderosa es la barrera social, mayor es la sensación de intimidad cuando se baja. No podemos olvidar que el ano es un lugar oscuro y a esconder de nuestro cuerpo; jugar ahí implica que estamos disfrutando de este hecho y la transgresión asociada. Es muy posible que el juego anal perdiera su capacidad de deleitarnos si se lo considerara simplemente como una diversión "normal". Si el ano no fuera visto como más "sucio" oculto y oscuro que la frente de alguien, su capacidad para fascinarnos se reduciría. El sexo anal se vería despojado de su profundo significado psicológico, que depende de que alguien nos deje hacer algo abiertamente sucio con ellos.
En el sexo anal heterosexual tiene ese halo de ser la práctica más obscena y no pocas veces el último límite. Y eso va asociado irremediablemente a una conexión y complicidad especial. También tiene una importante carga de entrega y vulnerabilidad, pero entendiendo que la vulnerabilidad no es darle la capacidad a otro de hacerte daño, sino darle el consentimiento de romper ciertas barreras con la seguridad de que no te lo va a hacer. Y de alguna manera estar dispuesto a sentir cierta incomodidad, tener cierto miedo a la experiencia y aún así atreverse y gozarla puede ser de las cosas más excitantes y estimulantes.
Cómo me dijo alguien una vez, "si mi cabeza y mi cuerpo no sintieran algo diferente, no veo el motivo por el cual te dejase y disfrutase cuando entras por ahí".
Así que tal vez ese maridaje entre azotes y sexo anal es tan común. En el fondo ambos llevan tatuados la transgresión y el obtener goce de lo que se supone debería ser molesto, incómodo y vergonzoso.
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