Atravesar media península, en pleno verano en coche, no es de las cosas más agradables, por más aires acondicionados y otras comodidades que puedan tener los coches modernos. La sartén ibérica se calienta y hasta los lagartos buscan la sombra.
Si encima es un viaje de estos rápido de ida y vuelta casi, peor. Pero a veces no queda más remedio y nos tocó ir a Madrid, desde orillas del Mediterráneo, en un viaje de poco más de 48 de las que un tercio eran quieras o no de carretera. La cosa, surgió de imprevisto y con urgencia y no hubo tiempo de mirar la posibilidad de la comodidad del AVE. Además era llegar con el tiempo justo al acto y sin tiempo a planear nada. Así aunque salimos pronto, para llegar a mediodía, nos comimos el sol implacable. En Madrid más sol, aumentando por el efecto invernadero de toda ciudad. Teníamos una noche en la capital, pero si limitó exhaustos a una cena, en una terraza con vistas al lago de la Casa de Campo y al hotel rendidos.
La mañana siguiente debíamos hacer tiempo, no quería ponerme a conducir hasta que el sol empezase a bajar algo, así que teníamos toda la mañana, decidimos pasarnos por el Prado, siempre visita recomendable, comimos algo, refugiados del calor abrasador y sobre las 6 de la tarde decidimos ponernos en marcha. Es curioso, el efecto que produce ir en sentido contrario a la masa. Mientras todos los carriles de circulación en dirección opuesta a la nuestra estaban repletos de coches que regresaban a la ciudad después de escapar el fin de semana, nosoros en dirección contraria, parecíamos tener toda la carretera para nosotros y a medida que la ciudad quedaba atrás, aun más soledad en el asfalto aun humeante a esas horas.
Hicimos una pequeña parada técnica en un área de servicio ya cerca de Zaragoza, a cenar algo y aprovisionarnos de bebida para el resto del viaje. El sol empezaba a mostrar síntomas de agotamiento, pero al salir del coche aún, nos dio una bofetada en forma de viento caliente. Descansamos unos 20 minutos y nos pusimos de nuevo en marcha.
Justo cuando terminas de rodear Zaragoza, tienes dos opciones, o seguir por autopista o coger la antigua Nacional II y yo suele siempre escoger la última opción. Es una de las pocas carreteras que aún conserva ese viejo sabor a carretera de antaño, sólo dos carriles por sentido, generalmente con mucho tráfico de camiones, que prefieren ahorrrarse el peaje, ya que no les supone ninguna ventaja circular por autopista a la misma velocidad y el paisaje me fascina. La carretera atraviesa el desierto de los Monegros y ese paisaje casi lunar, que parece trasladarte a Arizona o el Norte de México, me hipnotiza, en coche es un poco más lento, pero tiene ese encanto para mi. En el coche sonaba CCR, John Fogerty le estaba cantando a la "orgullosa Mary", ella le daba un sorbo al refresco, con los pies sobre el salpicadero y el vestido de verano, cayendo mostrando casi todas las piernas. El cielo rojizo del ocaso y su reflejo hacía el paisaje más espectacular, el polvo y la arena casi blancas, se teían de rojo y anaranjados, de repente algo rompe esa gama de colores, unos metros más adelante en un cruce, las luces azules de un coche de la Guardia Cívil de Tráfico. En aquel momento no caí, habían puesto los conos y todo y claro te hacían pasar muy despacio y al pasar me dieron el alto, me paré y entonces caí...los pies en el salpicadero.
La conversación fue breve.
-La señorita no sabe que no puede llevar los pies en el salpicadero.
Excusas, petición de perdón y por los pelos libres de sanción. Al ponernos en marcha la miré en plan inquisidor.
-Ya te vale.
-Bahhhh ya no nos paran más y soberbia los volvió a poner.
Más o menos a mitad de camino, está el pueblo de Bujaraloz, el único pueblo digno de ese nombre que atraviesas en más de 100km, al pasar por el pueblo ya había caido la noche, una noche clara, de verano en un sitio donde la contaminación lumínica es algo por descubrir, como conozco bien la zona, a unos 15 o 20 km de Bujaraloz hay un cruce a la izquierda, que se adentra por un camino de tierra, hacia el interior del desierto y lo cogí, ante su sorpresa.
-¿Donde vamos? -me dijo sorprendida-
-A ver un espéctaculo gratis.
No dijo nada sonrió, mientras las luces largas del coche se debían ver desde kilómetros a la redonda moverse por el camino. Me adentré unos kilómetros y de repente paré el coche, el motor y las luces. Me miró extrañada.
-Sal
Me bajé del coche y me apoyé en el capó caliente, ella bajó tras de mi, le dije que se sentara entre mis piernas, la cogí de la cintura y le dije.
-Mira al cielo
La noche era clara, no de luna llena pero si clara y el cielo limpio, el espéctaculo de las estrellas, en medio de la nada era sobrecogedor, que insignificante somos los humanos rodeados de tanta inmensidad, estuvimos así contemplando el espéctaculo, en absoluto silencio, un rato indeterminado, igual fueron 20 minutos o igual 40...Otra cosa que sobrecoje es el absoluto silencio del desierto, tampoco estábamos tan lejos de la carretera, pero no se escuchaba nada, más que algún sonido de la naturaleza.
-¿Que? vale la pena llegar un poco más tarde o no?
-Es increíble.
-Si y en esta época o en pleno invierno más.
La temperatura igual había caído 10 grados de golpe, 30 grados es calor, pero si vienes de 40 se nota. Entonces me levanté y me alejé camino a la oscuridad, con la intención de aliviar la bufeta. Al volver ella seguía mirando el cielo, de pie frente al coche, entonces me senté el capó, con las piernas abierta, ella se dió la vuelta y me besó, cuando terminó me miró, sus pupilas brillaban en la oscuridad y sonrió, entonces la cogí del brazo tiré de ella hacia mi con firmeza, haciendo que se inclinará sobre el capó del coche sobre una de mis rodillas, le levanté un poco el vestido y empecé a acariciar la cara interna de sus muslos por debajo del vestido mientras le decía.
-Deberías saber ya, que no se pueden poner los pies sobre el salpicadero del coche....
El canto de mi mano rozaba la tela de su ropa interior y en ese momento le agarré con fuerza el muslo
-Y lo peor, después de la advertencia has seguido
En ese momento levantaba el vaporoso vestido por encima de la cintura y mis dedos jugaban con la cintura de su ropa interior.
-Así, que no me dejas más remedio, que enseñarte a respetar las normas.
La sujeté con fuerza de la cintura y el silencio absoluto del interior del desierto, se llenó de un sonido muy familar y excitante, el de la carne golpeada en penitencia, incluso un grillo que nos hacía de banda sonora, se quedó en silencio ante aquel sonido, monótono y punzante. Lejos de resistirse o intentar evitar el castigo, su reacción fue todo lo contrario, entregada y rendida, incluso visiblemente excitada intentando acompasar los azotes, con una fricción ritmica entre mi pierna y su entre pierna. Hasta que paré y el grillo volvió a cantar, mientras acariciaba medio a oscuras su piel, de la que no distinguía el color, pero si el calor. Entonces busqué de nuevo la cintura de su ropa interior y de un tirón seco la hice caer por sus piernas, aún la sujeté con más fuerza y volví a hacer callar el grillo asustado, ante ese extraño canto, ahora aún más intenso. La palma de mi mano caía sin compasión sobre su culo desnudo, a oscuras en mitad del desierto. Lástima que la poca luz de la luna, no me dejaba ver como la piel cambiaba de color, pero si me permitia acertar con precisión cada azote, cada ráfaga de palmadas, alternando nalga y nalga. En un determinado momento dejó de moverse lascivamente, y simplemente se relajó, como queriendo sentir la sensación punzante de los interminables azotes sobre la piel desnuda.
Un rato después volví a parar y el grillo a cantar, mientras pasaba mi estricta mano, ahora convertida en dulce gamuza caliente por su piel, más caliente que las piedras a pleno sol. Cuando me cansé de sobarle el culo, pasé a hacerlo con su coño, pero no caricias delicadas, mi mano era el apéndice de mi deseo, bastante alterado ya, así que se lo frotaba con intensidad, lo agarraba apretando y desensando, eso incluyendo además alguna que otra palmadita, mientras le recordaba, que las niñas buenas no se mojan cuando las castigan. Jugué a llevarla al límite del orgasmo, el dejarse hacer inicial, se tornó en una actitud más proactiva, de movimientos de cadera, de ofrecimiento y de gemidos y jadeos, aun cuando las caricias y los juegos con mis dedos en su coño, se transformaban en una serie de palmadas, que aun parecían ponerla más caliente. Pero justo cuando la tenía en ese punto de casi no retorno, me detuve. La hice levantarse, y sin más negociación la puse con las manos apoyadas en el capó del coche, le levanté el vestido y me retiré un poco, me desabroché el cinturón de cuero, que sujetaban mis pantalones, lo hice silbar al sacarlo de las presillas de un tirón firme, lo doblé haciendo tintinear la hebilla metálica, por donde lo sujeté. Las perspectiva era distinta, ella con las manos apoyadas en el capó, la espalda doblada y el culo expuesto, me acerqué para volver a levantarle el vestido, con el pie hice que separase las piernas bien ancladas al suelo y empecé a jugar con el cuero, pasándolo por las nalgas calientes y rojas seguro, aunque no lo podía ver, por el interior de los muslos y por el sexo, el grillo había vuelto a cantar.
Se volvió a callar, cuando sonó algo como un trueno, el inconfudible sonido del cinturón cruzando su piel desnuda, el cuero curtido haciendo el papel de escorpión que pica la piel viva, desnuda y frágil, y seguí, seguí hasta una veintena de azotes con el cinturón. Entonces paré, necesitaba luz y fui a por una linterna al coche, iluminé sus nalgas, la luz concentrada de la linterna, me iluminarón las franjas rojas del cinturón, sobre un fondo y rojo también, pasé mis dedos por todas y cada una de aquellas franjas, mientras ella permanecia inmóvil, hasta que volví de nuevo con mis dedos a comprobar el tacto húmedo, caliente y palpitante de todo su sexo....ya no podía más.
La levanté, la tiré ahora de espaldas contra el capó del coche, le quité la ropa interior y la tiré en el desierto, cogí su piernas y puse una encima de cada hombro, mientras me desabrochaba el pantalón y caia hasta mis tobillos, medio a oscuras sólo con el tacto, cogí mi polla y busqué la entrada de su coño, de una suave embestida entró toda, en aquel agujero, acogedor, caliente y resbaladizo, con la polla hasta el fondo, hice caer los tirantes del vestido por sus hombros, ella misma libero sus brazos y el sujetador que también fue a parar al suelo del desierto y empecé a moverme, dentro y fuera, en una suave y húmeda fricción mientras le sobaba los pechos, uno con cada mano, los pezones duros y sensibles y mis embestidas más rápidas, una de mis manos bajó, por el vientre, el pubis y buscó el botón duro del clítoris, al encontarlo en la oscuridad lo noté, por un gemido especial y ahí si que no hubo ya marcha atrás, seguí, hasta hacerla gritar y sentir como las contracciones de sus músculos pélvicos presionaban mi polla, en el orgasmo, pero continué, con más fuerza, hasta que las contracciones cambiaron de bando y jadeante y rendido, depositaba la última gota de mi placer, en los más profundo de su coño.
Después aun permanecimos una media hora más en aquel lugar, juntos de pie, ella apoyada en mi y yo en el coche, volviendo a la normalidad a la vez que disfrutando del cielo, el lugar y el fresco, mientras nos recuperábamos.
Nada más subir al coche, lo primero que hice fue encender la luz interior y hacer que se subiera de rodillas en el asiento, sujetando el vestido levantado, quería ver a la luz, como tenía el culo y si tal vez al llegar a casa, haría falta un dosis de recuerdo, como las vacunas, al terminar la revisión en el momento, la hice sentarse y deshicimos el camino para volver a la carretera. Nada más salir le dije, que la ley de tráfico, no permitia poner los pies en el salpicadero, pero no decía nada, sobre no poder levantarse el vestido y abrir las piernas, quería que su culo azotado tocara el asiento sin que nada se interpusiera y su coño accesible a mi mano el resto del viaje.
Fin.
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