sábado, 20 de marzo de 2021

El ebanista.

 



Durante el puñetero año de restricciones, confinamientos y demás, hubo que buscar formas de pasar el tiempo y entretenerse. A mi me dio por entre otras cosas, empezar a hacer mi "pinitos" en algo que siempre me había gustado, pero nunca había tenido la oportunidad: la ebanistería y la restauración de muebles. Compré algunas herramientas, un pequeño banco de trabajo y me lancé a la aventura a ratos muertos, con tutoriales de internet y demás. También compré alguna pieza online para empezar, una de ellas un reclinatorio de, pero que tenía mucho trabajo. Lo primero que conseguí restaurar en condiciones fue un taburete, de estos tamaño barra de bar de toda la vida, de madera de haya, con el asiento redondo, tres patas y unos travesaños para apoyar los pies.

Fue sencillo, tan sólo había que reparar uno de los travesaños, cuadrar y luego ya fue cuestión de decapar y volver a barnizar. Cuando lo tuve terminado tenía muy claro cual iba a ser su uso, además le vi un montón de posibilidades, ya subirlo a casa fue otra historia.

-No, empieces a traer trastos...

Pero conseguí convencerla, dejándolo en un hueco de la habitación despacho.

Semanas después de haberlo terminado, una tarde el taburete estaba en un rincón del salón, ahí lo había puesto yo, al llegar. Yo estaba en el sofá sentado me acababa de abrir una cerveza y ella sentada en el taburete mirando al rincón, con las manos sobre la cabeza y la espalda recta ¿Por qué?...un cúmulo de cosas, un breve intercambio de opiniones, una mala contestación y mucha dosis de orgullo. La combinación perfecta para estrenarlo, un par de azotes mediantes eso si, a modo golpe de autoridad. Me encendí un cigarrillo, le di una calada, exhalé el humo, trago a la cerveza y le dije.

-Levanta, bájate el pantalón del pijama y te vuelves a sentar, así te vas acostumbrado al tacto en tu piel desnuda. No pienso repetirlo.

Desde el sofá la observaba, tardó unos cinco segundos en hacerme caso, pero lo hizo, sin darse la vuelta, de espaldas a mi, dejó caer el pantalón del pijama hasta los tobillos y se volvió a sentar en el taburete, si nada entre la madera y su piel. Me fumé el cigarro tranquilo y me acabé la cerveza y con toda la calma del mundo, le dije.

-Levanta, vístete y ven.

De nuevo pasaron unos cinco segundo más o menos hasta que reaccionó, aquello parecía carecer de sentido, estaba claro que lo que venía a continuación era un "ajuste de cuentas" que seguro acabaría con el pantalón de nuevo en sus tobillos, pero el ritual, es a veces un juego con la confusión. Ya frente a mi de pie, le solté el discurso con las palabras clave.

Orgullo, malas excusas, lengua viperina, perjuicio a si misma, comportamiento infantil, caprichoso, impertinente, insolente...siempre buscando que su rostro se enrojezca antes que pasar a enrojecer su culo. Escuché sus explicaciones, balbuceantes y poco convincentes y terminadas volví a incidir en su comportamiento impropio de su edad, caprichoso, terco y orgulloso. Al terminar golpe de autoridad, sin dar tiempo a digerir de estar frente a mi en un movimiento rápido pasó a estar en mis rodillas, sujeta con fuerza con mi brazo izquierdo de la cintura. El pantalón era un pantalón de pijama de invierno, pero no muy grueso y bastante ajustado, aun así tiré de el hacia arriba agarrándolo de la cintura, para que aun se pegara más a la piel. 

Unas caricias previas, con la mano, recordándole, porqué estaba en esa situación. Y las caricias se volvieron azotes. Tengo una forma muy mía de usar mi palma de la mano como instrumento corrector. Los dedos ligeramente separados y el golpe no es con todo el antebrazo estático, la muñeca tiene que tener juego para que sea más efectiva la palmada. A partir de ahí, lo que va a dar más o menos picor, no es la fuerza, es la velocidad y la insistencia. Así que empecé lento y alterno, con el objetivo de calentar, que la piel se caliente, que la sangre fluya hacía la piel, para poco a poco ir subiendo la velocidad haciendo que no de tiempo a enfriarse el azote anterior, cuando uno nuevo cae encima. El sonido es hechizante, solo ese sonido en la más absoluta calma. De repente paró, su lenguaje corporal es de absoluta rendición, un ligero sonido de desaprobación cuando nota, que el pantalón desciende y su piel desnuda y sonrosada se muestra expuesta en mi regazo. Le agarro un muslo y separo algo sus piernas, sólo para aumentar la sensación de exposición, toda su intimidad está en el centro de mi mirada. Paso mis dedos rozando desde la mitad de los muslos y subiendo, se le eriza la  piel, sonrió y de repente una ráfaga de azotes, sin mucho orden, seis seguidos en un cachete, tres en el otro, luego uno y cinco, con cierta anarquía aparente, pero repartiendo bien por todo el culo e incluyendo los doso factores clave, velocidad e insistencia. Hago alguna pequeña pausa, retomo con una nueva ráfaga muy rápida, desciendo de repente pero sin parar, todo ello mientras su piel se va enrojeciendo cada vez más. Los azotes hacen vibrar su carne y esas ondas se transmiten por toda la zona íntima, unas vibraciones rítmicas que hacen que su piel roce con mis piernas. En las pausas a veces acaricio, otras froto y otras agarro las nalgas con fuerza. El sonido de piel con piel es aún más embriagador, los pequeños movimientos y las vibraciones de los azotes, han hecho que los pantalones estén en los tobillos.

Entonces paro, paso la mano por sus nalgas despacio, están calientes y rojas, le agarró la cara interna de los muslos con fuerza y le digo.

-Ahora te vas a levantar vas a coger un cojín y lo vas a poner en el asiento del taburete. 

Un azote para recordarle quien tiene el control.

Se levanta, no me mira, coge el cojín, voy detrás de ella, lo coloca sobre el taburete, entonces le digo.

-Inclínate. Te puedes agarrar de las patas del taburete.

Al terminar me empiezo a desabrochar el cinturón.

Lo hace, el taburete es alto, así que tienes que ponerse de puntillas para llegar. Me quitó el cinturón despacio, lo doblo. Doblado lo dejo sobre su espalda, con los pies le separo las piernas lo que da el pantalón enrollado en los tobillos y le digo.

- Mientras te doy una dosis de cuero, ve pensando como estarás más cómoda sentada, sin con el plug o con las bolas

Cojo el cinturón doblado por la mitad y empiezo desde el lado derecho, tres azotes seguidos, pausa justa para cambiar de lado y tres más desde el otro lado. Una pausa algo más larga, compruebo con los dedos los efectos del cinturón en su piel y sigo tres y tres más, ella se agarra con fuerza a las patas del taburete, sigo dos tandas más de tres desde cada lado y dejo el cinturón sobre su espalda.

-¿Has decidido?

No me contesta.

-Bueno creo que para estar sentada, te serán más cómodas las bolas de silicona que son más flexibles. 

La dejo ahí sin moverse, voy al cajón de los juguetes, cojo una tira de bolas de silicona negras, son cinco unidas de menor a mayor finalizadas en un tope tipo plug y un poco de lubricante y vuelvo. Sigue alli inmóvil, con el culo ardiendo, llego y se lo acaricio.

-Así me gusta, paciente.

Con la mano izquierda separo sus nalgas, echo un chorro de lubricante al principio de su espalda, dejo que resbale, se estremece cuando empiezo a extenderla bien alrededor de su estrecho agujero con un dedo muy suavemente, presiono un poco, se contrae, vuelvo al masaje en círculos y vuelvo a presionar ahora entra medio dedo fácil, está relajada, lo saco, lubrico las bolas, vuelvo a separar sus nalgas y despacio empiezo a meter las bolas, las dos primeras entran sin apenas hacer fuerza, a partir de la tercera me tomo mi tiempo, pero una a una entran todas, hasta el tope, me aseguro que están perfectamente alojadas. Entonces cojo el cinturón de nuevo, me separo y le digo.

-Una docena más.

Y empiezo con 6 seguidos desde un lado, con las bolas dentro la sensación cambia, ya no es solo el ardor de cada azote, son las vibraciones de las bolas a cada azote. Me cambio de lado y le doy los 6 últimos. Al parar me quedo un momento mirando su culo, las franjas de los cinturonazos resaltan en el fondo rojo, me acerco compruebo que las bolas siguen en su sitio. La ayudo a incorporarse, quitó el cojín del taburete, lo tiro al sofá. La ayudo a sentarse con el culo castigado y las bolas dentro sobre la dura madera desnuda del taburete, le pongo las manos sobre la cabeza y ahí la dejo mirando la pared, imaginando la incomodidad en su piel. Me siento en el sofá, no dejo de mirarla se balancea algo a lado y lado repartiendo el peso, solo puede apoyar los pies en uno de los traveseros del taburete, así que todo el peso recae en sus nalgas.

-La vergüenza es parte del castigo -le digo-

Minutos después voy a buscarla, la ayudo a levantarse, miro el asiento redondo, paso mis dedos por el...hay una mancha de humedad.

-Es otra utilidad, como chivato, la hago volver a la posición de castigo, solo que esta vez las manos apoyadas sobre el asiento, llevo mi mano a su coño por detrás, es como una fuente, sin quitarle las bolas y con el culo rojo y ardiendo la masturbo con energía apoyada en el taburete hasta hacerla gritar y doblar las piernas al correrse, cuando recupera un poco el aliento la abrazo por detrás, pego su culo a mi y mi mano vuelve a su sexo

-¿Vamos al sofá va?

Yo me dejó caer en el, ella no dice nada, coge el cojín y se arrodilla entre mis piernas se abraza a mi, aun jadeante, le acaricio el pelo, la espalda, hasta que de repente me desabrocha el pantalón, me levanto un poco y me lo baja, hace los mismo con los bóxer, coge mi polla con las dos  manos, pasa la lengua por la uretra que gotea de excitación, baja por todo el tronco como si saboreara un helado, hasta que se la mete en la boca y ya no para, hasta que estoy a punto de correrme para terminar con la mano...

Un rato después estamos en la habitación, ella boca abajo y yo con la crema masajeando sus nalgas rojas y calientes aun, en un determinado momento le quito las bolas una a una despacio y sigo con el masaje.

Fin.

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