Cuando la conocí, enseguida me di cuenta, que en ella había una dualidad muy marcada, que se solapaban entre si. No estoy hablando de fingir, ni de actuar, es algo que va más allá, que esta ahí, que es parte de ella. Sólo que hasta ahora una de esas partes sólo, salía en soledad y totalmente descontrolada. La mujer apasionada, gentil, responsable, luchadora, trabajadora, competitiva y segura, se fusionaba con la niña caprichosa, demandante, impulsiva e impertinente que en el fondo buscaba un cobijo para sus inseguridades y su vulnerabilidad, un refugio donde mostrarse tal cual, no le creara una sensación de vértigo absoluto.
El problema es que lo uno y lo otro no pocas veces acababan enfrentados y el resultado de eso era siempre el mismo: el desafio y el orgullo, en especial el orgullo. Un orgullo desbordante que siempre de una forma u otra la acababa perjudicando.
Nunca fue mi intención cambiarla, me gusta así, con sus dualidades, con sus seguridades e inseguridades, la mujer que se sube a unos tacones a comerse el mundo y la niña que juguetea en pijama. Al principio cuando el orgullo desbordaba por algún motivo, mi reacción era inmediata y es cierto que conseguía amansar a la fiera temporalmente, pero con el tiempo me di cuenta que aquello no evitaba esa otra parte autolesiva moral, era algo parecido a tener insomnio y tomar una pastilla para dormir, sirve como solución de urgencia, cuando la situación es límite, pero a veces hay que tomar tiempo y tener paciencia y aprender a dormir, porqué al final esa será la solución real.
Sus ataques de orgullo y desafío eran un efecto placebo, por un momento yo sentía tener el control y ella abandonarse, pero en realidad no era así, quien seguía teniendo el control era ella, que buscaba un respuesta y la tenía.
Entonces ideé un plan distinto, dejé de hacer caso inmediato a sus provocaciones, a veces con eso bastaba y se rendía, otras seguía, pero empecé a jugar con la incertidumbre, si quería jugar a un juego de cesión de autoridad, decide la autoridad. Y así fueron surgiendo ideas, como la libreta de faltas, el recuento semanal o incluso reaccionar a sus provocaciones y orgullo pero no como ella esperaba, sino de otras formas que siempre implicaban una bajada de rango: "si te portas como una niña, te trataré como una niña" Y así empezaron las copias, las redacciones leídas en voz alta, los ratos en la habitación a pensar o incluso la pérdida de algún privilegio "adulto", pero sobre todo jugar a crear confusión y que dentro de la certidumbre siempre hubiera un punto de incertidumbre.
Recuerdo un día, un día de esos tontos, que ya los intuyes desde que empieza el día, cierta soberbia, esa ironía que pica como un látigo y mucha provocación, nada más empezar el día. Yo sabía perfectamente que aquel día algo pasaría y pasó de la forma más tonta.
A mediodía recibí un mail de ella, en el cual me comentaba sobre una banalidad, que no creí urgente, además me pilló justo cuando me iba a comer, así que decidí contestarle después de la comida. Mi sorpresa fue encontrarme al volver e ir a contestarle, una batería de mails con tono "pataleta" in crescendo porqué al parecer no había contestado a la señorita en el plazo esperado y su orgullo estaba mancillado por tamaña ofensa. Mi respuesta fue sin rodeos, clara y contundente.
"En casa te cuento porqué no te he contestado hasta ahora y tú ve pensando si es normal lo que acabas de hacer"
Me escribió una respuesta que ni leí, directamente a la papelera.
Obviamente ella sabía que su actitud no me había gustado y podía prever que algo podría pasar, muy posiblemente buscaba eso, pero imagino que por su cabeza pasaba la idea de un sermón, una nota en la libreta y tal vez si seguía provocando unos azotes, aquel día volvía a casa con la idea clara, de que sintiera algo totalmente distinto.
Cuando llegué ya a oscuras, las luces navideñas decoraban ya muchos balcones, hacía frío y al entrar noté el calor reconfortante de casa. Me dio un beso, risueña, su lado niña sabía que había metido la para y esa era un poco su forma de "suavizar" y tantear.
-¿Que tal el día? ¿Cansado?
Y ahí sin filtro solté un puñal de hielo.
-Cansado de tu actitud infantil y caprichosa
La cogí en fuera de juego, supongo que no esperaba aquella reacción y más confusa la dejé cuando acto seguido le dije.
-Vete a la habitación, te pones el uniforme y ya te llamaré para hablar.
Aquella frase/orden condensaba muchas cosas. Para empezar la apartaba enviándola a la habitación, o lo que es lo mismo un tiempo de espera a solas, finalizado con un "tenemos" que hablar que no presagia nada bueno, pero además el añadido del uniforme, rara vez se lo había hecho poner, así que cuando pasa es una bajada de rango en toda regla, es un click cerebral, por un tiempo vas a dejar de ser la mujer, para ser "menor" que debe ser tutelada temporalmente. No estamos hablando del típico uniforme sexy juguetón de sex shop, es un uniforme.
Abrumada no dijo nada, bajó la mirada y se perdió rumbo a la habitación. La sorpresa a veces es el mecanismo de rendición más sencillo. Me tomé mi tiempo, haciendo que se cociera a fuego lento en su propio jugo en la soledad de la habitación. Aproximadamente algo más de media hora más tarde la llamé. Cuando la vi aparecer por la puerta, llevaba puesto el uniforme. La falda a cuadros rojos, el polo blanco y el jersey de pico rojo también. Se acercó despacio, se paró frente a mi y me dijo.
-Siento mucho haberme puesto así, imagino que tenías trabajo y no pudiste contestarme hasta pasado un rato.
-Bueno, veo que el rato de habitación a servido de algo, pero es triste que tenga que bajarte de rango para que recapacites. Pon las manos sobre la cabeza.
-Puffffffff, pero...
-No hay peros que sirvan
Lo hizo y nada más hacerlo, metí las dos manos bajo la falda, busque la cintura de las braguitas y las deslicé piernas abajo hasta los tobillos. Allí plantada frente a mi, vestida con un uniforme, con las manos sobre la cabeza y las braguitas en los tobillos, siempre se puede descender más. Seguí con mi discurso, sobre la impaciencia, la impulsividad, el orgullo y demás, se me da bien soltar este tipo de discursos calmado y tranquilo, lo cual aumenta más esa ansiedad excitante. Estoy convencido que si en aquel momento, meto mis dedos bajo su falda, el sonrojo de su cara era proporcional a la humedad de su coño. Finalicé el largo discurso sin derecho a réplica dándome un par de palmadas en mi regazo, orden gestual que indica su futuro próximo. A diferencia de otras veces, no tuve que insistir, ni tirar de ella, obediente se colocó perfectamente sobre el. Nada más hacerlo le levanté con facilidad la faldita del uniforme, dejando que el aire acariciase su piel. A pesar de ser la posición más conocida por ella, también se que ninguna otra la hace sentir más vulnerable, pequeña y controlada que esa.
Cuando empecé a azotarla con mi mano, la primera reacción siempre es defensiva, tensa y expectante, pero a la que la piel coge algo de color sonrosado llega un relajamiento absoluto, la rendición ante el destino a la vez que los azotes suben de intensidad y velocidad, la piel se enrojece, el calor se irradia y las vibraciones también. Un par de pausas para alargar más la azotaina, culminada en una larga en intensa tanda, para dejar su culo rojo, brillante y ardiente.
Su siguiente destino: el rincón, de pie con la nariz tocando la esquina y las manos detrás de la espalda, para mostrar su culo rojo. Momento que aproveché para recordarle porqué estaba ahí y en esa situación, antes de levantarme e ir a la cocina. De vuelta un cuenco que dejé sobre la mesa, tras un rato más en el rincón.
-Siéntate en la mesa, que tienes una tarea que hacer.
En el cuenco había un trozo de jengibre y un pelador. Hacerla participe de la preparación de su propio castigo es muy perturbador. Pero aquí si hubo un momento de duda o incluso de negación, solucionado con una amenaza de males peores y se puso a hacerlo. Momento en el que me levanté a buscar el temido cepillo ovalado de madera de nogal con su nombre grabado. Lo dejé sobre el brazo del sofá y esperé que terminara. Cuando terminó, le pedí que me trajera el cuenco, lo cogí lo dejé también sobre el brazo del sofá y la mandé a ponerse nuevamente sobre mis rodillas, lo hizo aunque esta vez si necesitó ayuda en forma de tirón, le levanté de nuevo la falda, contemplé sus dos globos rojos y preciosos. Pasé muy suavemente mis uñas por su piel, que respondió erizándose, entonces cogí el tallo pelado de jengibre, con la mano izquierda separé sus nalgas un poco, para acceder bien a su culo, como si de un lápiz se tratara, dibujé con el tallo el contorno de su pequeño agujero, para acabar por meterlo, una vez dentro con un dedo de la mano izquierda lo sujeté para evitar que se saliera y con la otra mano cogí el cepillo, lo pasé acariciando con el su piel, pero pronto empecé a castigarla con el, alternando mejilla y mejilla a un ritmo pausado pero constante, dando solo en la mitad inferior de las nalgas, no eran azotes fuertes, pero la insistencia, sumado al efecto del jengibre, la vibración....lo convertían en un castigo serio y estricto.
Cuando creí que era suficiente y que durante unos días sentarse iba a ser complicado me detuve, dejé el cepillo en su lugar de reposo, aflojé la mano que sostenía el jengibre y esperé un rato allí sobre mis rodillas, vulnerable y expuesta, con el culo ardiendo por dentro y por fuera, el rincón en mis rodillas, cinco minutos de silencio y sensación. Entonces separé sus piernas un poco, pasé mi mano por su sexo, estaba empapado, sonreí y empecé a jugar con mis dedos en el, para así poco a poco hacer volver a la mujer.
Continuará.
Que castigo tan cruel, ella solo quiso que le contestaran rápido 🥺
ResponderEliminarCastigo severo pero tierno y explosivo después!
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