viernes, 24 de marzo de 2017

Un fetiche de piel (Por D.)



«Procúrame un pañuelo de su seno, una liga para el amor que siento». 1 "in [Goethe, Fciuslo, parte I, escena 7.]

Freud, en su libro “Tres ensayos para una teoría sexual” cita a Goethe en el apartado que habla sobre fetichismo y lo considera, solo en los casos más extremos, como una manifestación perversa.

Muchos por aquí estoy segura de que tendremos algún grado de fetichismo, ya sea por algún objeto en particular, o por alguna parte del cuerpo de nuestras parejas o compañeros de juegos. Hace unos días yo misma os hablaba de mi fetiche con las manos de mi spanker, pero lo mío no se queda ahí. Para Freud seguramente estaría en algunas fases tempranas de la desviación patológica, al desviar mi atención sexual a un objeto determinado, pero como no necesito ese objeto para lograr una satisfacción sexual completa puedo respirar tranquila.

Hay ciertos instrumentos para azotar que para mí son más que meros transmisores de disciplina, llevan asociado un componente erótico muy fuerte y mostrados o usados en el momento preciso, pueden causarme mucho placer.

Si volvemos a hacer caso a Sigmund, tendríamos que pensar que en la elección del fetiche se manifiesta la influencia persistente de una impresión sexual recibida casi siempre en la primera infancia. Retrocediendo en mi mente, puedo enlazar ciertos momentos de mi infancia con ellos.
Cuando tendría unos 7 años, mis padres me apuntaron a clases de hípica. Recuerdo el primer día que llegué al establo y vi el caballo tan grande (o eso me pareció) que me había tocado a mí. Al acercar la mano a su cabeza, noté como era suave, caliente, musculoso y muy fuerte. Era un caballo percherón con unas patas que me parecían platos. Me subieron encima y recuerdo que me dijeron que me iban a dar algo para poder indicarle las órdenes porque como era tan delgadita no me haría mucho caso si le indicaba con los talones. Me trajeron una fusta de cuero marrón, hecha a mano, muy usada. En ese momento no sabía apreciar el valor de las cosas pero mirando atrás, sé que era un objeto hecho con cuidado, puesto en agua para ablandarlo hasta que fuera manejable y con detalles propios.

Más adelante supe que esa fusta era de una de las monitoras del lugar, pero eso poco aporta a la historia ya que yo me había quedado fascinada por esa fusta. Ese pequeño objeto que era capaz de domar a esa bestia que tenía entre mis piernas, se me antojaba mágica.

Desde ahí he tenido cierta predilección por las fustas a la hora de jugar. Muchas veces lo comentas y la gente se queda con el cliché de la fusta cutre que viene en cualquier kit de bdsm que puedes encontrar por ahí, pero no, a mí no me gusta cualquiera. La piel tiene que oler. Supongo que alguna vez habréis entrado en una marroquinería o en una tienda de hípica o de botas camperas, ese olor a cuero es lo que me gusta. Saber que el objeto ha sido tratado a mano, si es a medida mejor que mejor, ver como mi compañero se dedica a ponerle crema para mantenerla hidratada, pero sobretodo me gusta el sonido y el golpe. Ese momento en el que toca piel con piel, cuando notas la mordida y como se va extendiendo por la nalga el calor, como pica. Levas deseando que llegue el primer golpe desde que la has visto pero a la que cae el primero ya sabes todo lo que viene detrás y desearías no haber empezado.

Sé que mucho del poder que tiene la fusta, se lo da la persona que la usa ya que si veo la misma herramienta en manos de otra persona, la atracción sexual hacia el objeto es menor, aunque no desaparece.

Bueno, ya sabéis cómo podéis condicionarme. Y vosotros, ¿qué fetichismo tenéis?

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