Llegué a casa de trabajar, a la hora de costumbre y como solía ser habitual, ella ya había llegado, estaba estirada en el sofá, con el pantalón del pijama y una sudadera y jugueteaba con el móvil. Le di un beso
- ¿Que tal el día?
- Bien...bastante más tranquilo de lo que esperaba ¿Y el tuyo?
- Pues tampoco me voy a quejar
- ¿No vas a ir al gimnasio?
- Pfffff me da mucha pereza de momento, en un rato decido.
- Muy bien, pues yo me voy a dar una ducha y ponerme cómodo.
- Aquí te espero y si luego te aburres y me quieres dar un masaje...
- Mmmm no es mala idea, me lo pienso.
Me fui para la habitación, a quitarme la ropa de trabajar y coger la cómoda de estar por casa, no sé si en algún momento me escuchó renegar, porque hubo algo que me molestó al intentar abrir la puerta del armario que tuve que apartar.
No dije nada y me fui a la ducha, me gusta darme una ducha larga y relajante por las tardes, por cuestiones de trabajo suelo visitar bastantes obras y quieras que no, siempre hay ambiente de polvo y suciedad, además de lo relajante que es una larga ducha caliente.
Al salir, me fui de vuelta al salón seguía exactamente en la misma posición que la había dejado y si decir nada me fui a buscarla, la cogí de la mano haciendo que se levantase.
- ¿Que pasa?
Me dijo sorprendida.
- Ven acompáñame un momento, que te quiero enseñar una cosa.
Sin soltarla entramos en la habitación.
- ¿Ves algo raro?
- Si la maleta encima de la cama, la había dejado apoyada en la puerta del armario.
- Ya lo sé ya, por eso la he tenido que apartar, además pesa...
- Claro, está llena...
- Desde el lunes
- Siii ya lo sé, mañana la deshago...
- Mañana no, ahora, estoy cansado de ver la maleta de un rincón a otro, el primer día lo puedo entender, pero ya van tres días, así que ya sabes.
- Ahora no me voy a poner a deshacer la maleta, mañana por la tarde cuando llegue, te lo prometo.
- Siempre es mañana contigo, me voy a preparar un café y cuando vuelva te quiero ver deshaciendo la maleta y no te aviso más.
La dejé allí y me fui a la cocina, preparé una cafetera, me serví un café, me lo tomé tranquilamente de fondo la escuchaba hablar, imaginé que por teléfono y me fui para la habitación, al entrar allí estaba sentada en la cama hablando por teléfono y la maleta seguia encima de la cama sin abrir.
Sin mediar palabra, le cogí el teléfono y colgué.
- Se puedes saber que haces? Estoy hablando con María!!!!
- Ya hablarás más tarde.
Dejé el teléfono en la mesita de noche y con un golpe de autoridad me senté en la cama y la tumbé en mi regazo.
- Te he dado muchas oportunidades y se me ha acabado la paciencia ya, al final lo único que entiendes es esto.
De golpe le di una docena de azotes fuertes sobre el pantalón del pijama, mientras el teléfono sonaba. Entonces paré.
- Levanta
Se levantó y cogí el teléfono que volvía a sonar.
- Ahora te lo voy a dejar para que llames a María y le digas que luego la llamas pero antes espera.
Dejé el teléfono al lado de mis piernas y de un tirón enérgico, el pantalón del pijama y las braguitas acabaron en sus tobillos. Entonces le di el teléfono
- Llama...
En ese momento su rostro estaba rojo cómo un tomate, llamó a su amiga, le puso una excusa y le dijo que más tarde la volvería a llamar. Al terminar le pedí el teléfono, lo volví a dejar en la mesita y de nuevo de un tirón a mis rodillas.
-Las niñas perezosas y vacilonas reciben azotes en el culo desnudo en esta casa. Te he hablado muchas veces de procrastinar y sus consecuencias y no es la primera vez que te castigo por eso. Claramente no fui lo suficientemente severo porque aquí estamos. Otra vez con lo mismo.
Mientras le iba soltando el sermón le iba acariciando el culito bien expuesto en mi regazo, pero cuando dejé de hacerlo, las caricias se volvieron azotes, alternando nalga y nalga y con ganas y dedicación. Mientras seguía coloreando el culo, también continuaba el monólogo.
- Esto podría estar resuelto ya por las buenas, pero tú testarudez, lo único que va a conseguir, es que deshagas las maletas, con el culo cómo un tomate y el pantalón y las braguitas en los tobillos.
Y me aseguré bien que así fuera, estuve unos diez minutos largos de azotaina a mano, más que suficiente para ponerle el culo rojo y ardiendo. Al parar y aún sobre mis rodillas le dije.
- Ahora te vas a levantar, vas a deshacer la puñetera maleta, lo que este para lavar, a la lavadora y lo que no, lo llevas al cuarto de la plancha. Tienes exactamente media hora.
Al terminar de decirlo, le di una docena extra de azotes.
- Venta, espabila.
Se levantó, yo también y la dejé en la habitación. Me fui al salón y puse la tele, la vi pasar un par de veces con ropa, camino de la lavadora y otra hasta el cuarto de la plancha, caminando torpemente con el pantalón y las braguitas en los tobillos.
Media hora después entró de similar forma, en el salón y se quedó de pie frente a mí. Con las manos detrás de la espalda mirando al suelo.
- ¿Has visto? Lo fácil y sencillo que era ¿Crees que es normal que a tu edad, tenga que conseguir que hagas las cosas así?
No dijo nada.
- Mírame cuando te hablo
Resopló...
- ¿Aún tenemos el orgullo subido? Pues no te proecupes que te lo voy a bajar en un santiamén, tráeme tu cepillo.
No, por favor , el cepillo para no! Ya he deshecho la maleta!!
En un abrir y cerrar de ojos me levanté del sofá y la agarré del brazo, girándola hacia un lado. Lancé otra ráfaga de fuertes golpes con mi mano en mi culo desnudi. Intentó evitarlos, pero mi agarré firme del brazo la mantuvo justo donde quería.
- ¿Te pregunté si querías el cepillo o te dije que fueras a buscarlo?
Un minuto después me enteraba el cepillo.
- Esa es la decisión sabía y ahora presenta bien ese culito travieso en mi regazo, que vamos a darle medicina de cepillo.
Yo los únicos soplidos que escuché fueron los que provocó el implacable cepillo, cayendo una y otra vez sobre su piel que ya venia bastante perjudicada de mi mano. Cuando creí que era suficiente le dije.
- Ahora señorita, te vas a levantar, y vas a ir al cuarto de planchar y quiero todo planchado y colocado, el cepillo lo vamos a dejar aquí por si acaso hay que volver a usarlo.
Se levantó y sin rechistar a pesar que sabía que odiaba planchar se fue para el cuarto de la plancha.
Esperé unos minutos y me fui para allá, con un libro y el cepillo, me senté en un silla dejando el cepillo en mis piernas amenazante y empecé a leer mientras la observaba planchar con el culo al aire y rojo.
Tampoco había mucho que planchar, unos pantalones y unos vestidos en apenas media hora estuvo de planchar y dio un par de viajes de la vergüenza para colocarlo en el armario.
Al terminar, la cogí de la mano y la llevé hasta el rincón de pensar del salón. Allí de pie, le di el teléfono y le puse el mango del cepillo con el que la habia castigado entre las nalgas.
- Ahora puedes llamar a María, pero procura que no se caiga el cepillo.
Habló apenas un par de minutos con su amiga, le puso la excusa que le dolía la cabeza y se iba a echar un rato y que ya hablarían mañana, pero aún la tuve un cuarto de hora mirando la pared, con el pantalón y las braguitas en los tobillos, el culo al rojo vivo y el mango del cepillo entre las nalgas.
Entonces me levanté, le quité el cepillo, le hice separar las piernas y comprobé lo mojada que estaba.
- Eres incorregible...ve a guardar el cepillo y espérame desnuda en la habitación con la crema.
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