El relato de hoy, está escrito originalmente en francés, por AgenteK y traducido al español por E.L.
- Hola Karima?
- Hola cariño!!!
- Hola. ¿Nos veremos esta noche?
- Sí claro, no hay problema.
- Perfecto. ¿Que tal la semana? ¿Has hecho todo lo que tenías que hacer?
- Um… sí… básicamente…
- Hmm… No sé por qué, pero no me gusta mucho esta respuesta. ¿Ya fuiste a pasar la ITV?
- Mmm... casi...
- ¿Cómo que casi?
- Es que…Necesito programar una cita.
- Menuda novedad... Cuando dices “casi”, debo entender que aún no has empezado. ¡Como el otro día, cuando me dijiste que estabas “casi” lista!
Él se rió, lo cual no me sentó nada bien.
- Vale , vale, está bien, eh! Si no estás contento, ya sabe
- Lo único que sé es tu ITV no se realizará sola. Y llevas tiempo con ella caducada, luego si te multan vendrán los lloros
- Pfff… en lugar de regañarme, podrías haberte encargado tu...ya sabes que estás cosas me dan mucha pereza
- Espera... ¿A caso tú coche cambió de propietario sin que nos hayamos enterado?
- Vale ya!!!!Vete a la mierda…
Acabo de colgar de repente, sin terminar la frase. Sentí que la ira de una niña acababa de apoderarse de mí. Tenía razón. Debería haber cuidado mi coche. Y sobre todo… no enfadarme cuando me lo recordara, aunque fuera de forma un tanto burlona. A menudo era un acontecimiento insignificante que me molestaba, me hacía perder la compostura. Y esto me había jugado una mala pasada muchas veces en mi infancia.
Regularmente, cuando había “cruzado la línea”, como me decían, me recompensaban con una azotaina sin pantalones que me calmaba al instante. Se me humedecieron los ojos, supliqué, prometí murmurar que todo había terminado, que entendía, pedí perdón, pero nada ayudó, me encontré acostada sobre las rodillas de mamá o papá, con las bragas bajadas, palmadas vigorosas en las nalgas, golpeando frenéticamente las piernas, hasta romper a llorar. Recibir una azotaina me molestó muchísimo, pero tengo que admitir que “funcionó”, al menos mientras el recuerdo y la vergüenza de haberla recibido siguieran presentes en mi mente.
Sumida en mis pensamientos y vagamente preocupada, salté cuando sonó el teléfono. Era Matthieu
- ¿Hola? .. ¿eres tú, Matthieu?
- Sí, soy yo. No escuché bien tu última frase, ¿puedes repetirla por mí?
- Creo recordar… que estábamos hablando de la ITV que tenía que hacer, creo.
- Karima.
- Bueno vale...tal vez me enfadé un poco…
- Karima, estoy esperando.
- Yo... creo que dije que te fueras ... eso... A un sitio no muy bonito...
- Karima. ¿Puedes asumir la responsabilidad, por favor?
- Lo siento... No debería haber dicho eso....
Mi temperamento y mi orgullo una vez más me habían jugado una mala pasada. Mi reacción había sido... inapropiada.
- Ya te lo confirmo yo. Luego tenemos que hablar largo y tendido. Nos vemos esta noche.
- Hasta la noche
Cuando Matthieu colgoó. Sospeché qué tipo de “explicación” sería. Estaba dividida entre la decepción, la ira y la culpa.
- Hola Matthieu, ¿había mucho tráfico?
Había planeado protestar tan pronto como Matthieu cruzara la puerta del apartamento, pero tuve tiempo de pensar en mi comportamiento. Matthieu no tuvo nada que ver con eso. Mi reacción había sido impulsiva. Y me sentía culpable
- No, no había demasiado
- He preparado algo de cenar
- Muy bien, muchas gracias
La cena transcurrió tranquilamente, en una atmósfera un tanto extraña. No se hizo ninguna alusión a lo sucedido anteriormente. Sólo después de recoger Matthieu me pidió que me sentara con él en el sofá.
- Creo que ambos necesitamos hablar…
- ¿De… de qué?
-¿No lo sabes? ¿Ahora tienes mala memoria?
Me sonrojé y bajé la cabeza.
- ¿De… mi ITV?
- Sí. Bueno, esa es una cosa, pero más bien la forma en que te comportaste conmigo.
-... lo siento...
- Deberías, si. No sólo trataste de culparme, sino que terminaste colgándome después de unas cuantas palabras bien elegidas.
- …
- ¿Crees que esta es la actitud de una mujer adulta responsable?
- No…
- ¿Cómo te comportaste entonces?
- Como... como una niña...
- Vaya, me alegra que lo reconozcas. ¿Pero recuerdas que te pasa cuando te comportas así?
- Yo…
- Sí, adelante. Te estoy escuchando.
- Que tú… tú me castigas…
Ante sus palabras me sentí sumergido de nuevo en la piel de la niña sorprendida, de quien no estamos satisfechos con su comportamiento y a quien hemos decidido regañar para que no vuelva a hacerlo. Cuando pasé a este estado, fue como si se abriera un nuevo espacio. A pesar de sus inconvenientes, los azotes me han fascinado desde pequeña. Recordé cómo devoré el diccionario, ante la entrada de la famosa palabra y sus derivados. Azotaina. Azotar. Castigo. Leer sus definiciones fue como una prueba de la universalidad de su existencia.
Azotes: n.f. Corrección aplicada en las nalgas. Sí, eso significaba que todos los niños del mundo, cuando hacían alguna estupidez, cuando sus padres no estaban satisfechos con ellos, eran corregidos... sobre las tiernas redondez situadas en la parte trasera ... la mayoría de las veces quedaban al descubierto. ... Con mis padres era con la mano. Para la condesa de Ségur, era el látigo o las varas. Y en el diario de Mickey, fue el cepillo el que entró en acción. Estos mismos cepillos tan habituales en la peluquería de mis padres, cuya placa de madera se convertía en un formidable instrumento cuando se utilizaba para otro fin. Cuando era niña, había intentado tímidamente usarlo en las nalgas y ya picaba, a pesar de que la fuerza que había desplegado era muy contenida. Inexplicablemente, me sentí atraída y asustada al mismo tiempo por la idea de ser azotada... usando este accesorio...
- ¿Y cómo te castigo?
Todavía me costaba pronunciar la palabra en estas circunstancias. Con la garganta seca, susurré:
- Tú...tú me das...una...una azotaina...
La palabra "azotaina" era casi inaudible.
- Karima. No te he escuchado bien
Silencio…
-Karima. Antes hablabas mucho más alto por teléfono.
-…
-¿Quieres que saque el cepillo?
- N… ¡no! No ! Tu...tú me das...una azotaina...
- ¡Correcto! Bueno… te lo confirmo, Karima. Te voy a castigar. Creo... esto es algo que todavía necesitas... ¿verdad?
- …
- Vamos, vas a ir a darte una ducha, ponerte el pijama y esperarme en tu habitación.
- Pero…
- Esta noche es de azotes y en la cama como cuando tenías 10 años ¿ Está claro?
- Sí…
Salí de la ducha. El agua tibia corriendo por mi cuerpo me hizo sentir bien.
Al salir, casi había olvidado lo que me esperaba, pero mientras me ponía mi pijama, no pude evitar pensar en Matthieu... y su "explicación" mientras suspiraba.
Cuando entré a la habitación, Matthieu ya estaba allí, sentado en la cama.
- Bueno Kari, tenemos que volver a hablar de tu actitud más tarde.
- Perdón por dejarme llevar así, dije, con la vista en el suelo.
- ¡Me imagino e imagino que lo estarás aún más después de tus azotes!
Sonrojándome, todavía murmuré disculpas.
- Vamos, Kari.Nadie ha muerto por unos azotes.
-Sí… pero… duele… y es humillante
- Ése es un poco el precio que debes pagar por tu actitud
- Yo… lo sé…
- Vamos, acércate.
Me conmovieron más allá de lo razonable estas simples palabras: “Kari”, “mi amor”, llenas de ternura. Me había sentido muy pequeña, y... eso me había hecho bien. Entonces, avancé y, obedientemente, me incliné. Matthieu me había ayudado a colocarme sobre sus rodillas.
- Esto me gusta, Kari, aceptas tu castigo. Sin protestar . Te felicito.
Matthieu se mostró conmovido por su cambio de actitud. Con la misma facilidad podía hacer un berrinche repentino podía rendirme si más, pero estaba igualmente inclinado a aceptar cuestionarme, a admitir que había ido demasiado lejos. A pesar del miedo al castigo, los azotes también representan para mí una forma de seguir adelante. Matthieu se tomó el tiempo de explicarme por qué me iba a castigar. Acepté asumir la responsabilidad. Y entonces… demostró que Matthieu me estaba prestando atención. Así como me animó a superarme. Los azotes estaban ahí para evitar que me desviara, o más bien para que no siguiera desviándome. Los azotes eran una especie de salvaguardia. Un punto de encuentro. Y cuando esto sucedió, estaba ansiosa por obedecer, por aceptar mi castigo, sin intentar nada por librarme de el.
Los primeros bofetones, moderados, habían caído sobre el pijama. Matthieu alternaba una nalga y luego la otra. Después de un minuto de este tratamiento, comencé a agitarme y el calor en mi trasero se hacía cada vez más pronunciado.
- Bueno. Veo que está empezando a dar sus frutos... pero sabes ya sabes cómo es una azotaina de verdad ¿no?
- Matthieu… no…
- Lamentablemente para ti… esto no es juego, es un castigo de verdad, la consecuencia de algo
- Matt... me da vergüenza… nosotros… no podemos… ya no tengo 10 años.
- Esto es una parte integral de tu castigo, Karima. Entonces si, si podemos hacerlo como se debe
Matthieu acababa de agarrar el pijama por la cintura y suavemente lo bajó, dejando al descubierto mis dos pequeñas nalgas. Este gesto me había sumergido en otro tiempo... aquel en el que me encontraba, una niña angustiada, angustiada, sobre las rodillas de mi padre o de mi madre, donde a veces las lágrimas brotaban antes de las primeras bofetadas, donde el remordimiento de la estupidez me invadía Yo y el miedo a ser azotada acabamos de convertirnos en realidad.
Me tenía apretado contra él. Podrían empezar cosas serias.
Su mano acarició tiernamente mi trasero ofrecido, luego retomó su oficio distribuyendo bofetadas regulares de una nalga a la otra.
- ¡Ay! ¡Oye! ¡Ay!
Las bofetadas sobre la piel desnuda ahora resonaban en la habitación a diferencia de las que le habían dado recientemente en el pijama. Mis nalgas temblaban con cada bofetada y, como reflejo, comencé a golpearme las piernas, retorcerme, tratando en vano de escapar de los azotes… los azotes de una niña… una azotaina con los pantalones y las braguitas bajados…
Centrado en mis nalgas, respirando entrecortadamente sentí un ardor creciendo e irradiando mis nalgas y mi mente, serían dientes tratando de contener mis gritos en vano.
- Matt! ¡Para! ¡Duele!
- Es un castigo, Karima. ¡Y necesitas sentirlo bien para no olvidarlo!
- ¡Ay! ¡para!!! ! Te prometo que voy a contar hasta 10 antes de contestar!!
Las lágrimas habían comenzado a correr por mis mejillas, me había vuelto a convertir, durante una azotaina, en una niña pequeña, redescubriendo esta sensación. A pesar de mis súplicas, Matthieu continuó la corrección, agarrando mi muñeca rebelde que había intentado intervenir.
- Tus culo empieza a ponerse rojo, Karima. ¿Lo sientes?
- ¡Sí! Sí ! Se... quema...
Ante la mención de sus nalgas desnudas sonrojándose bajo la mirada de Matt, mi vergüenza se duplicó. Finalmente, después de una serie de bofetadas que me dejaron jadeando, los azotes cesaron.
Permaneció quieto durante un largo minuto, temiendo que fuera sólo una pausa. Sentí los dedos de Matthieu rozar suavemente mis nalgas magulladas. Fue como una suave caricia, como una brisa que anuncia el fin de la tormenta y que por fin sentimos que respiramos.
- Ahí lo tienes, Kari... se acabó... Sé que no es fácil recibir pero es por tu propio bien, ya sabes...
El tono tranquilo de Matthew contrastaba con la dureza de sus palabras antes de los azotes. El castigo finalmente terminó. Me sentí vacía.
- Vamos… vas a ir a meditar sobre tu comportamiento apoyándote contra la pared… con las manos en la cabeza… ¿vale?Y vas a dejar tu culito al aire... te refrescará...
Cumplí y tomé la posición, no sin antes rodear con mis manos mis nalgas enrojecidas por unos momentos, como para convencerme mejor de que todo había terminado. Fue un gesto espontáneo, como el que consiste en frotarse el brazo o la rodilla o la cabeza cuando te golpeas, para intentar diluir el dolor, pero también un gesto de protección, un gesto en el que recuperé mis rotundidades. No había tenido el disfrute, por así decirlo, durante el tiempo de la corrección.
Qué dulce fue este momento después de los azotes... Casi me sentí perdonada... Estar en un rincón, en una posición que aún me resultaba incómoda, pero que nada tenía que ver con la posición horizontal que acababa de ocupar. Fue un lento regreso a la realidad, una realidad donde me sentí transformada. Me sentí ridícula por dejar que me domine la impuslividad tanto... Después de unos minutos, preguntó:
- Kari...¿estás tranquila ahora?
- Sí...
Se acercó y me subió el pijama él mismo, garantía simbólica de vuelta a la normalidad.
- Vamos... ven y dame un abrazo, si quieres.
¡Qué necesidad tenía de hacer semejante pregunta, que sólo podía ser retórica!
Me refugié en los brazos de Matthieu, escondiendo mi cabeza entre sus hombros. Necesitaba que me consolaran y todavía sentía la vergüenza de haber sido amonestada, luego despojada de mis pantalones y finalmente azotada como a una niña. Estos azotes con el culo desnudi que habían entrado en mi vida a los cinco años, que había descubierto por mí mismo, después de haber sido testigo más o menos indirecto de las desventuras de mis hermanas. Esta primera paliza en el culo desnudo que dejó mi trasero caliente y me calmó por un buen rato. Este castigo que luego volvería cada vez que cruzara los límites. Esta azotaina que me hizo llorar, que me derribó de mi pedestal al recordarme que todavía no era una adulta, que me recordó que me podían poner en mi lugar en caso de desobediencia o insolencia grave.
El contraste fue sorprendente. Después de los azotes, lo único que quería era refugiarme en mi habitación, llorar en mi almohada, con mis peluches cerca de mí, lamentando amargamente mi comportamiento. Si tan solo hubiera pensado...
Hasta los doce años, los azotes siguieron siendo una opción, y mi carácter me había predispuesto a sufrirlos con más frecuencia que mis hermanas mayores, que eran más sabias, más tranquilas o simplemente más cuidadosas. Si el castigo cumplía perfectamente su función durante unos días, o incluso algunas semanas, acababa olvidándolo. Hasta que volvía a cruzar una línea roja... Cuando los azotes recaían sobre una de mis hermanas, siempre me preguntaba qué había hecho la “culpable”, sin poder siempre adivinarlo. Una vez administrado el castigo, aunque todos en la casa lo supieran, generalmente nadie hablaba de ello, a pesar de las muecas de la que se movía un poco en su silla y a la que le lanzaban miradas de reojo. Lo principal en ese momento era evitar ponernos en la misma situación. Recordaba perfectamente mi última azotaina, recibida en los albores de mi decimotercer cumpleaños. Una azotaina tanto más molesta porque me la habían administrado del mismo modo que cuando tenía cinco, seis o diez años, ya que papá me negó el privilegio de dejarme las bragas puestas. Un azote era un azote para él, y si juzgaba que su hija, por grande que fuera, todavía tenía edad para recibirlo y lo merecía, no debía haber ninguna excepción: su eficacia estaba a ese precio, y él nunca desviado de esta regla. Esta paliza tenía como objetivo marcarme, hacerme superar un hito, el de una niña preadolescente que pronto se convertirá en adolescente. Durante todo el año escolar que siguió, fui cautelosa, sobre todo porque no quería revivir un episodio así, que se había vuelto cada vez más mortificante con el paso de los años, sobre todo porque, al ser la más joven de la familia, era yo quien había recibido la última azotaina de la famila
-¿En qué estás pensando? dijo Matthieu sacándome de mis recuerdos.
- … que todavía duele,! Aunque sea por mi bien!
- Sí, lo sé... y luego volver a recibirlos a tu edad, es difícil... pero es para recordarte que no puedes hacer nada... que hay reglas que respetar, que tu mal carácter no debe tener ninguna afectación sobre los demás... que hay límites... y creo que mostrarte esos límites de esta manera es algo que te conviene... eso te hace sentir bien... aunque en el momento sea un poco... desagradable...
- ¡Es muy desagradable!
- Sí, si fuera agradable no tendría sentido, mi pequeña Kari. ¿Lo entiendes?
- Sí...
- ¿Todavía tienes dolor en el trasero?
- Sí...y...todavía quema mucho...
- Acuéstate, déjame comprobar...
Me bajé el pijama y poco a poco me tranquilicé, envuelta en suavidad. Me sentí perdonado. Tenía derecho a fracasar, a no ser perfecto. Me azotaron, pero después me consolaron.
Era exigente conmigo mismo, pero necesitaba a alguien con quien compartir mis objetivos. Los azotes eran algo que castigaba mi mala conducta, que demostraba que me estaban siguiendo, que a alguien le importaba que yo mejorara, que tuviera éxito. Necesitaba una mezcla de ternura y firmeza. Me tumbé con cuidado boca abajo.
-Sí… todavía está rojo… es obvio que te han castigo…
Mis mejillas ardieron, las del rostro
- Esto pasará... y es muy bueno que lo recuerdes por un tiempo... para que yo te lo recuerde... eso es parte del castigo... te voy a dar un poco de bálsamo con árnica. , si quieres...
- ... quiero...
Cuando sentí el frescor del bálsamo extendido sobre mis nalgas aún calientes, suspiré de felicidad. Matthieu tocó suavemente mi piel, haciendo que el gel penetrara en pequeños círculos. Cuando terminó, me subió el pantalón del pijama. Finalmente estaba en paz.
- Kari... Cuento contigo para que pidas cita a la ITV ésta semana , ¿verdad?
AgenteK.