Acabamos de entrar a casa, el calorcito de la calefacción reconforta, ha sido una tarde intensa de compras de última hora, cómo siempre al final 24 horas antes. Las luces del discreto árbol de Navidad iluminan el salón, dejo las bolsas, me quito la chaqueta y me siento en el sofá. Tu te has ido a la habitación con más bolsas.
- ¿Que estás haciendo?
- Descansar -te contesto-
- Ya descansarás luego, trae las bolsas.
Me levanto y voy para la habitación con las bolsas. Me quedo un rato mirándote, me gusta cómo vas vestida, esa faldita tiene un aire de falda de colegiala, las botas, las medias, el jersey.
- ¿Que estás mirando? Venga va que quiero acabar.
Dejo las bolsas en el suelo me acerco a ti, pongo mi mano en tu cuello, sonrió.
- Te miro a ti...
- Pues ya me tienes muy vista y yo también quiero descansar.
De repente la mano que tengo en el cuello, te agarra la oreja.
- ¿Se puedes saber qué haces?
No te contesto, hago que te pongas delante de mi sin soltarte la oreja, y te caen un par de azotes cómo a una niña pequeña. Sin levantar la voz pero con firmeza te saco de la oreja de la habitación y andamos unos pasos por el pasillo, a mitad de pasillo te suelto.
- Y esto a que viene!!!
- Ponte a mirar la pared. Ya!!!
- ¿Pero por qué?
- Porque hoy vas a aprender una lección.
Te quejas, rechistas, hasta que de cojo del brazo y te doy media docena más de palmadas fuertes, que tratas es esquivar sin resultado, entonces te pongo yo a la fuerza, yo mismo te pongo las manos sobre la cabeza.
- Quiero ver la nariz pegada a la pared y no tengo ganas de repetirme. Aquí hasta que te llame ¿Está claro?
No me contestas, resoplas, te quejas, pero ahí te quedas. Me voy al salón me siento en el sofá, dejo la puerta abierta, así te tengo controlada. Pongo la tele, mientras te vigilo, pienso si sabes porque estás ahí. El tiempo pasa lento, y yo no tengo prisa.
Pasan cinco, diez, quince, veinte minutos...entonces te llamo. Escucho tu suspiro y tus pasos, cuándo te veo llegar parece que parte de tu ego, se ha quedado en esa pared, ya no tienes esa mirada desafiante, te señalo el lugar de los sermones que no es otro que frente a mis rodillas de pie.
- Las manos en la espalda.
Resoplas, te miro serio y bajas la mirada.
- Quiero imaginar que en 20 minutos te ha dado tiempo de descubrir el motivo.
- No...
- ¿No lo sabes?
- No
- Está bien.
No digo más, simplemente te cojo del antebrazo y te tumbo en mis rodillas a la fuerza, aunque es cierto, no te resistes nada, te dejas ir. Una vez cruzada en mi regazo te levanto la falda, es fácil de levantar, debajo unas medias gruesas, sobre las cuales empieza a caer mi mano, con la protección no hay progresividad, los azotes caen seguidos, rápidos y fuertes, pero no me alargo mucho, sólo un par de minutos.
- Levántate.
Te levantas, te miro, tienes las mejillas rojas.
- ¿Sigues sin sabes por qué?
Resoplas... cómo respuesta.
- Levántate la falda.
Haces una mueca, y te llevas un azote. Mensaje claro y levantas la falda. Busco la cintura de la medias y te las bajo justo a medio muslo. Entonces busco la cintura del tanga y te miro mientras lo hago descender despacio. Imagino el descontrol en tu cabeza, conservas la ropa, pero estás desnuda y en tu cara se refleja, de repente te siento pequeña y vulnerable.
- Ahora vas a aprender que la paciencia es una virtud. Que no siempre las cosas pueden ser para ya y que a veces hay que esperar o bien planificar mejor el tiempo. No te venía parar un ratito a tomar algo y relajarnos un poco.
- Pfffff aún tengo que envolver los regalos!!!
- Mañana tienes toda la mañana para eso. Ahora no vas a envolver nada. De hecho lo que vas a hacer es ponerte a mirar un ratito el árbol de Navidad mientras yo me tomo esa cervecita tranquilo que me quería tomar antes que te pusieras a gruñirme sólo por proponértelo.
Te miro y no reaccionas, así que te llevo yo de la oreja otra vez, te planto frente al árbol de espaldas al sofá.
- Manos en la espalda, aguantando la falda hacia arriba.
En cuanto lo hiciste puse mi mano en tu vientre obligándote a sacar el culo y te di una docena de azotes fuertes y sonoros.
- Ahora me voy a tomar esa cervecita y sin moverte.
Mi mano izquierda bajó por tu pubis fugazmente, hasta tu sexo, caliente y húmedo cómo imaginaba. Sonreí y allí te dejé.
Me senté en el sofá con aquella cerveza, la tele sonaba de fondo, pero mis ojos estaban en ti, expuesta, castigada, mojada, podía ver mis dedos grabados en rojo en tu piel. En un determinado momento te dije.
- Vete a la habitación, y me esperas tumbada boca abajo en la cama, con las almohadas debajo.
No dijiste nada te fuiste sin mirarme.
Me quedé un rato, quería hacerte esperar, jugar con el tiempo y la anticipación. Pero tampoco demasiado. Cuándo entré en la habitación, estabas allí tumbada boca abajo, las almohadas levantaban tu culo, era lo único desnudo, el centro de atención. No dije nada abrí el armario y seleccioné uno de los cinturones, uno marrón de cuero vuelto y un poco más ancho que los demás, lo doblé y jugué un poco con el en tu piel desnuda, hasta que lo dejé doblado sobre tu culo. Te terminé de subir bien la falda y bajé un poco más las medias y el tanga, justo por encima de las rodillas, una vez hecho me volví a ir. Te hice esperar cinco minutos más, cerrando la puerta, al irme.
Cuando volví, lo primero que hice fue volver a coger el cinturón, lo extendí y lo volví a doblar, recreándome en el ritual de sonidos.
- Ahora vamos a trabajar la paciencia de verdad. Quiero que después de cada azote cuentes mentalmente hasta 20 y cuando estés digas "ya" entonces recibirás el siguiente y así hasta que acabe tu castigo ¿Está claro?.
No le di tiempo a responder, el cinturón cayó de arriba a abajo cruzando su piel. Esperé hasta que escuché.
- Ya...
Y así fueron cayendo, cada azote esperaba a que contase y me avisara para recibir el siguiente, así un par de docenas de azotes, más que suficientes para dejarte el culo bien rojo.
Dejé el cinturón en la mesita de noche, me senté en la cama y empecé a pasarte los dedos suavemente por la piel abrasada por las caricias del cinturón. Poco a poco las caricias se extendieron, nalgas, muslos y finalmente entre las piernas, mis dedos empezaron a jugar en tu sexo, tus labios hinchados, la grieta que era una fuente caliente, empecé a frotar, apretar, incluso explorar dentro de ti con mis dedos, tu te ofrecías, arqueaste la espalda, levantaste el culo castigado para darme más acceso, incluso empezaste a mover las caderas, pero entonces paré.
Sentado en la cama te cogí de la cintura y te di un pequeño recuerdo a mano, un par de minutos de palmadas seguidas.
- Levanta.
Te levantaste, te cogí de la mano y te puse frente a mí, desabroché la cremallera de la falda que cayó hasta tus pies y mirándote volví a jugar con mis dedos en tu sexo de pie frente a mi, hasta que cerraste los ojos, entonces paré de repente.
- Te he dicho, que íbamos a trabajar la paciencia.
Entonces te subí el tanga y las medias.
- Voy a hacer algo de cenar y tú cómo tenías tanta prisa en envolver, mientras puedes ir adelantando.
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