domingo, 1 de septiembre de 2024

La queja es estéril.



- ¿Estás ya en el tren?

- Si, ya hemos salido y todo...


Aquel fin de semana había hecho un viaje relámpago de 24 horas, para asistir a un congreso y una sesión de trabajo.

- ¿Cansada?

- Agotada, no hemos parado.

- Bueno mañana descansas...

- Ja....mañana tengo que preparar la clase, así que me va a tocar pringar todo el fin de semana ¿que divertido verdad? 

- Bueno va, que es sólo un fin de semana..

- Si claro, tú cómo lo tienes libre...

- Tampoco te ha obligado nadie a meterte en ese fregado, te has metido porque has querido.

- No me descubres nada, pero tendré el derecho a quejarme o no? 

- Por supuesto, pero a la queja le pasa como a los juegos, que llega un momento que hay que saber parar, para no volverse cansino.

- Cansino ¿Para quién? ¿para quien me escucha? Es una forma de liberar ¿O tú no te quejas?

- Pues claro que me quejo, pero llega un momento en que la queja es estéril o te pones o no te pones, no hay más.

- Es que quejarme no tiene nada que ver con mi concepto de la responsabilidad, claro que me pondré, pero mientras me quejo lo que me da la gana.

No me estaba gustando nada por donde derivaba la conversación. 

- Y si ya sé que hay que ser adultos y consecuentes , para terminar muriendo serios y amargados, bonito plan de vida.

Quise cambiar de tema para no seguir enrocados.

- ¿A qué hora llegas?

- A las 9 ya lo sabes.

- Ok, yo voy a ir a tomar unas cañas con Marcos y a las 9 me voy para casa.

- Pues nada que lo pases muy bien. Ciao.

Y me colgó el teléfono. Me estaba dando muchas pistas de lo que necesitaba realmente e igual no era tanto descansar. Cómo no quedamos en nada, a eso de las 9 y cuarto la llamé.

- ¿Has llegado ya Nena?

- Si, acabo de llegar a casa. Tu sigues por ahí.

- Ya voy para casa también.

- Por mi no lo hagas, no sé si soy muy buena compañía.

- Venga va, deja de hacerte la enfadada con el mundo. 

Me volvió a colgar el teléfono. Suspiré y lo tuve muy claro. De camino a casa cogí cena en una hamburguesería que sabía que el encantaba y ahora sí para casa.

Al abrir estaba todo a oscuras, dejé la cena en la cocina y fui a ver dónde estaba. Al entrar en la habitación estaba estirada con una camiseta y unas braguitas nada más.

- Ya estoy aquí.

- Ya te veo ya...

- He cogido cena de la hamburguesería esa que te gusta tanto ¿Me ayudas a poner la mesa y cenamos?

- Paso, no tengo hambre.

- ¿Sigues en guerra con el mundo? 

- Santi no me provoques si no quieres una respuesta que no te va a gustar.

La miré serio y le dije.

- Mira vamos a hacer una cosa, voy a ir a la cocina y mientras emplato la cena, tu te vas levantar y vas a poner la mesa ¿está claro? 

No contestó. 

Me puse ropa cómoda y me fui para la cocina, emplaté las hamburguesas y las patatas fritas, pero ni rastro de ella y mi paciencia se había acabado. Me fui para la habitación, seguía allí estirada desafiante, pero en ese punto ya no negocio, no mucho menos suplico, simplemente la levanté de la cama a la fuerza y una vez estuvo de pie. Le di una docena de sonoros azotes que trató de esquivar en vano. 

- Ahora señorita vas a dejar de portarte cómo una niña insolente, vas a poner la mesa y vamos a cenar, en paz. Cuando estemos de cenar, ya hablaremos de tu actitud. 

Bajó la mirada y estuvo quieta un momento, hasta que se movió y puso la mesa, serví los platos y nos sentamos a cenar, en un silencio tenso. Al final la que no tenía hambre se lo comió todo. Al terminar se levantó con la intención de recoger.

- ¿Que haces?

- Recoger la mesa.

- Ya lo haré yo, tú vete a mirar la pared mientras que después tenemos una conversación pendiente.

Resopló, pero le tiré una mirada y arrastrando los pies pegó su nariz a la pared, puso las manos sobre la cabeza y se quedó quieta. Al terminar de recoger, entré al salón y antes de sentarme en el sofá, me fui hacia ella y le bajé las braguitas.

- Así mucho mejor.

Entonces si me senté, la hice esperar un rato, asi y la llamé, se dio la vuelta y caminó despacio hasta mi, mirando al suelo. 

- ¿Esto es lo que pedías verdad? 

- Bueno...no sé...en realidad estoy cansada

- Nadie lo pone en duda, pero ¿crees que esas son formas?

Se puso roja y con voz entrecortada dijo.

- No..

- ¿Entonces que merecen tus formas?

Aún se puso más roja...

- Lo que tu decidas...

- Eso no es una respuesta ¿Que se han ganado tus formas de niñas impertinente?

Cogió aire profundamente, antes de contestar.

- Un castigo supongo...

- Eso es muy ambiguo, un castigo puede ser confiscarte el móvil, dejarte sin tele, mandarte a la cama pronto, copiar líneas...¿a qué castigo te refieres?

Volvió a coger aire .

- ¿Unos azotes? 

- ¿Preguntas o afirmas? 

- Afirmo

- Ahora nos entendemos, eso es. Te has ganado unos buenos azotes en el culo, y no te vas quedar sin ellos. Así que vete a buscar el cepillo y la crema y vuelve. 

Suspiró y caminó hasta el baño con las braguitas en los tobillos, de vuelta me dió su cepillo de los castigos y la leche hidratante de almendras. Dejé ambos en el brazo del sofá. La miré y me di unas palmadas en el regazo, se tumbó sobre el despacio, al tumbarse le levanté la camiseta por encima de la cintura y empecé a acariciarle los suaves y carnosos globos de las nalgas. 

- Tómatelo como un castigo, pero también como una terapia anti estrés. 

Entonces empezó a hablar mi mano sólo, el sonido inconfundible de las palmadas rítmicas y alternas cocinando a fuego lento su piel, cuando empezaron a tener un tono rosadito paré un momento. Ella estaba absolutamente calmada, le acaricie la espalda por dentro de la camiseta. 

- Si es que en el fondo, necesitas irte a la cama con el culo rojo de vez en cuando. 

Al terminar empecé otra vez, ahora ya más rápido y fuerte.

- Hoy te vas a ir a la cama, con el culo cómo un tomate, pero relajada...

Un rato después, cambié mi mano por el cepillo, con el que jugaba en su piel, ahora sí ya roja. 

- ¿Que prefieres dos docenas de pie o el doble sin moverte de mis rodillas? 

- No quiero moverme...

- Muy bien, pues ya sabes presenta bien ese culo travieso, bien levantado. 

Arqueó la espalda y apoyo las puntas de los dedos en el suelo.

Nada más hacerlo empecé a usar el cepillo, de docena en docena, cada docena una pausa, el cepillo bien aplicado pica y escuece. Pero no sé quejó, aguantó las 4 docenas sin decir nada, más allá de algún suspiró. Al terminar dejé el cepillo en el brazo del sofá y estuve un rato acariciándole la espalda y los muslos, pero sin rozar el culo, quería que sintiera bien el efecto del castigo. Un cuarto de hora más tarde, la hice levantarse, le di el cepillo para que lo guardara y le dije que me esperara en la cama, tumbada boca abajo con las almohada bajo el vientre. 

Así estaba cuando entré, me senté y dejé caer una cantidad generosa de leche de almendras en cada nalga, que empecé a extender suave y despacio, así durante un largo rato. Paré un segundo , me limpie las manos con una toalla,  me puse detrás entre sus piernas, empecé a darle besos por las nalgas, hasta que empecé a jugar con mi lengua y mis labios en su sexo desde atrás.

- Creo que esto terminará de relajarte y mañana a parte de no poder sentarte cómoda, verás el mundo diferente.



1 comentario:

  1. Cuánta razón tienes!!! Unos buenos azotes ayudan a no estar estresados, mil gracias por el relato y por dejarnos imaginar formas de relajarnos.

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