El primer "pinito" en el hobby de restauración de muebles, resultó divertido un día, pero enseguida me di cuenta que el tamaño (demasiado alto) lo hacía poco funcional y no era lo que estaba buscando precisamente. Quería un taburete si, sin respaldo, pero necesitaba algo que los pies me llegasen al suelo y encontrarle un lugar en la casa, dónde no fuera un objeto extraño para el resto del mundo, pero si especial para nosotros, algo que fuera parte del ritual y sobre todo algo que mentalmente se ligara a momentos especiales, que tuviera un potente poder sugestivo y que la orden: "ve a buscar el taburete de castigo" tuviera la capacidad de crearle sensaciones anticipadas.
Así que puse el taburete de bar a la venta por la red, lo vendí y me puse a buscar, finalmente encontré algo ideal, un taburete de 4 patas, algo más alto que una silla, pero no mucho más, el asiento también cuadrado era de mimbre y mi mente se imaginó enseguida un culo desnudo, rojo y caliente mezclado con el tacto irregular y áspero del mimbre. Amor a primera vista, apenas necesita reparación, me límite a decapar y lijar las patas, para pintarlas del color de los azotes o sea rojas. Limpiar bien el mimbre del asiento y ya lo tenía, lo subí, lo dejé en un rincón de la habitación despacho, con unos libros encima, era cuestión de tiempo estrenarlo.
Y no tardó demasiado en presentarse la oportunidad. Todo ocurrió un sábado por la mañana, se presentaba un día casi primaveral, de aquellos soleados dónde se huele ya la primavera que la sangre altera y ella se levantó con la sangre alterada. Habíamos quedado a mediodía para ir a hacer el vermut con unos amigos y nos habíamos levantado pronto, con tiempo más que de sobra, estábamos desayunando, ella sólo llevaba encima una camiseta vieja mia a modo mini vestido, sentada desayunando, yo estaba de pie apoyado en la encimera. Y de la manera más tonta empezó una discusión, simplemente le dije, que con el día que había amanecido, me hubiera apetecido coger el coche e ir por ahí más que el otro plan. Para que el dije nada, me soltó una retahíla sin venir a cuento, que siempre ponía peros cuando quedábamos con sus amigos etc. Cuando no era cierto, simplemente fue un comentario inocente sin más, intenté razonar, pero sólo conseguí que aún persistiera más y se fuera enfadando sola, así que en un momento determinado, le dije:
-¿Sabes que te digo? que ahí te quedas, me voy a tomar el café a la terraza, cuando dejes de comportarte como una niña que se cree el centro del mundo me avisas.
Cogí mi café y me fui cuando iba por la mitad del pasillo, escuché su voz en tono elevado que me dijo.
-Y al menos cierra la puerta al salir.
Y la cerró de un portazo, que hizo vibrar toda la casa. Si algo no soporto son los portazos. Me pilló con el café en la mano, así que tuve que ir hasta el salón y dejarlo en la mesa, me di la vuelta y me fui para la cocina a paso firme y cansado, abrí la puerta y allí estaba con la cara hasta el suelo. La miré y le dije.
-¿Has terminado?
-Terminado ¿de qué?
-De desayunar.
-Si, voy a fumar ¿por?
Me fui para ella sin decir nada más, la cogí del brazo y la levanté, se quejó que le apretaba mucho, la saqué de la cocina y le dije.
-Ahora cierra la puerta como las personas normales, no como la niña del exorcista.
Esa salida la hizo reír, pero le quite la risa rápido, un par de azotes en los muslos descubiertos.
-Cierra como las personas normales
Cerró y nada más cerrar, la cogí de la oreja y la llevé hasta el salón, hasta el rincón, allí la solté y le dije.
-Ya sabes que pienso de los portazos, bueno y de todo lo demás, ahora me voy a tomar el café tranquilo y cuando termine ya saldaremos cuentas tu y yo....ahhhhhhh y ni se te ocurra moverte.
Fui a por mi café. abrí la cristalera y me senté en la mesa de la terraza, me tomé el café con calma, me fumé un cigarrito y entré, cerré la cristalera allí estaba inmóvil, no dije nada, fui hasta el despacho y traje conmigo el taburete, lo puse en el centro del comedor, entre la tele y sofá y la fui a buscar, otra vez de la oreja la planté al lado del taburete, la solté y me senté.
-¿Sabes que has conseguido con tu actitud? para empezar una que te vas a acordar tiempo y para seguir, que olvídate del vermut, estás castigada
Se quejó, me dijo que le parecía injusto bla, bla, bla, pero un tirón del brazo y a mis rodillas, para no perder el equilibrio se agarró con las dos manos de la patas del taburete, los pies no le tocaban el suelo, la sujeté con fuerza de la cintura, pero antes la coloqué en la posición exacta, así la camiseta quedaba subida y dejaba al descubierto un culotte de esos de hacer deporte gris, ajustado y muy corto, le termine de levantas la camiseta y sujetándola con fuerza empezaron a caerle azotes, el culotte era como una segunda piel, empecé lento pero contundente y poco a poco aumentando el ritmo, hasta encontrar ese punto de ritmo estable que puedes mantener rato sin cansarte y es efectivo, pero no alargué demasiado. Enseguida paré, cogí la cintura del culotte y un par de tirones hasta hacerlo descender a la altura de las rodillas más o menos. Su culo presentaba ya un rosado interesante, pero la parte buena de toda azotaina viene cuando las nalgas están al aire y expuestas. Y así retomé las palmadas, ya piel contra piel, con ese constante y rítmico sonido.....plas, plas, plas....cuando ya empezaba a coger un tono rojizo paré un momento, pasando mi mano suavemente por su piel ya caliente y enrojecida, ya le había salido esa especie de granitos tan característicos producto de los azotes, un par de pasadas y vuelta al castigo, con algo más de ritmo y fuerza, en aquel momento los pies ya no le tocaban el suelo, seguí un par de minutos más sacudiendo bien su piel a mano, entonces paré...pasé los dedos por su piel rozándola solo, así un rato, se relajó volvió a poner la punta de los pies en el suelo y entonces le dije.
-Levanta.
Se levantó.
-Enróllate la camiseta que se te vea bien el culo rojo. Hazte un nudo si hace falta..
Resopló, pero lo hizo.
-Tráeme el cepillo del mango de goma
Se quejó, así que de nuevo se llevó un par de azotes en el muslo que tenía más cerca y se movió, con el culotte por las rodillas y la camiseta enrollada. Unos segundos después me entregaba en mano el cepillo, el cuerpo era de madera de la buena, pero el mango era redondeado y recubierto de goma rugosa de color rosa.
-Quítate el culotte del todo.
Lo hizo y lo tiró en el sofá.
-Ya sabes -le dije indicando mi regazo de nuevo-
Se colocó, pasé suavemente la parte de las púas por su piel, mientras le recordaba, que los gritos y los portazos siempre acababan en consecuencias para su culo. Le dí la vuelta al cepillo pasé suavemente la parte lisa de madera por cada nalga y empecé a azotarla con el. El sonido del cepillo es diferente, como más sordo, denso y pesado, otra vez se agarro con fuerza a las patas del taburete y volvió a levantar los pies, cuando llevaba ya un rato de azotes con el cepillo y tensó los glúteos entonces, paré, sin hacer que se levantara, sólo que apoyase los pies, hice puse una de mis piernas entre las suyas, así su sexo tocaba directamente mi muslo, nada más ponerla así, noté algo húmedo y caliente traspasar la tela de mi pantalón de pijama, el motivo de ponerla así fueron dos, el primero que a la vez que la azotaba, se frotaba contra mi muslo por la propia inercia, el segundo, es que así tenía las piernas separadas y podía llegar con el cepillo a las zonas más sensibles de piel, la interna de las nalgas, a cada azote un suspiro, no fueron muchos, una docena, la piel de esa zona es muy fina y sensible. Decidí que era suficiente la azotaina, pero que había que terminar de bajar los humos aquel día. Cogí el cepillo al revés, le separé con la otra mano más aún las nalgas, dejando bien expuesto todo y usando el mango del cepillo, le di unos golpecitos más humillantes que dolorosos en la zona del ano y el perineo, mientras notaba que mi pierna se mojaba aún más.
Entonces la hice levantarse, yo también notaba mi polla queriendo atravesar el pantalón del pijama, me levanté yo también y la hice inclinarse sobre el taburete de lado, o sea tal y como estábamos, solo que ahora el punto de apoyo no eran mis muslos, era el asiento del taburete, dejé el cepillo sobre su espalda, fui a por lubricante, de vuelta con mis pies separé bien sus piernas, le cogí su manos, las llevé a sus nalgas, no hacía falta decir nada, ese gesto era muy claro, quería que me expusiera bien su pequeño agujero trasero, lo hizo, cogí el lubricante y con la ayuda de un dedo, lubriqué bien su culo, después cogí el cepillo, lubriqué bien el mango de goma, de unos doce centímetros de largo, por tres de ancho en la parte más ancha central, lo llevé a su culo lubricado y poco a poco lo hice entrar hasta el fondo, con la parte de las púas mirando al techo. Con el mismo cepillo que la había dejado el culo marcado dentro de ella, llevé mi mano a su coño que literalmente chorreaba, me bajé el pantalón apunté mi polla y me la follé allí mismo en el taburete de los castigos y con el mango del cepillo en el culo, hasta correrme, ella no se quedó con las ganas, varías veces se corrió.
Al terminar cuando cogimos aire, le quité el cepillo, la hice levantarse, puse el taburete en el rincón, la hice sentarse directamente sobre el mimbre con el culo en llamas, una vez sentada le dí el portátil, lo puse entre sus piernas y le dije.
-Me voy a dar una ducha, mientras relata tu castigo, mínimo dos mil palabras.
Y me fui a la ducha, cuando salí ya había terminado, se lo hice colgar en una web. Recogí el portátil y al sofá otra vez a mi regazo, pero esta vez para crema y masaje de culo, entonces mientras le sobaba el culo, la hice coger el teléfono, llamar a con los que habíamos quedado e inventarse una excusa, para justificar que no podríamos ir, en el momento que descolgaron, la empecé a masturbar....
Fin.
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