sábado, 22 de enero de 2022

Prepárate cuando lleguemos a casa.

 





Este juego es muy de frases, palabras y gestos, que tienen la capacidad por sí mismos de crear un clima propicio. Algunas incluso, son capaces de bloquear, confundir y excitar, cuando se dicen en el momento exacto. 

- Prepárate cuando lleguemos a casa.

Le dije muy serio cuando salíamos del restaurante dónde habíamos estado comiendo. Si se la hubiera dicho por decir, seguramente le hubiera provocado la risa. Pero cuando se lo dije había algo que la sustentaba y lo sabía. Las ganas de bromear y jugar se le habían ido de las manos y no había sido algo puntual. Demasiados avisos previos a la catástrofe. 

La frase fue la confirmación y su actitud al escucharla también. Nos montamos en el coche, me subió otra vez ese olor agrio a vino, de mi ropa, la causa; no saber parar a tiempo y una copa de vino derramada. 

El olor aún se hacía más intenso en el pequeño y cerrado habitáculo del coche. Habrá quien piense, que estaba enfadado, pero no era así, esto es un juego y simplemente ella había pasado los límites a sabiendas y ahora tocaba ponerla en su sitio. 

La vuelta fue silenciosa y tensa, no una tensión incómoda, la tensión de la expectativa y la espera. 

Un cuarto de hora más tarde, el coche entraba en el parking, nos bajamos y caminamos hasta el ascensor. Ella le dio al botón de llamada y le dije.

- Ve subiendo tú, voy a fumar y tomar el aire. Ahh y cuando suba quiero que estés con el uniforme. 

Salí a la calle, me encendí un cigarrillo. "ponte el uniforme" también significaba mucho. Ni tan siquiera era realmente un uniforme, simplemente una falda plisada a cuadros, una blusa blanca a la que había añadido medias a medio muslo. Pero significaba mucho, la despojaba de ella misma, a la vez que le anticipaba un castigo diferente. No era nada habitual y sabía perfectamente que la orden de ponérselo, anticipaba algo diferente. 

Le di la última calada al cigarrillo y subí. Cuando entré, justo salía de la habitación con el uniforme puesto. Sin mediar palabra, me fui hacia ella, la cogí del brazo con firmeza y la guié hasta la habitación que hacía servir de despacho. Allí la solté, nos quedamos cara a cara, la cogí de la barbilla y la hice mirarme. 

- Te ha divertido verdad?

- Bueno...ha sido sin querer 

- Sólo faltaría que hubiera sido queriendo. El problema no es ese, el problema es que te he avisado que pararas más veces de lo que debía y no has parado hasta liarla, así que no excusa que valga. Date la vuelta.

Suspiró... Y se dio la vuelta.

Tal y cómo lo hizo cogí el bajo de la faldita y empecé a enrollarla sobre su propia cintura, debajo llevaba unas braguitas simples, que dejaban ver parte de sus nalgas, cuando acabé de enrollar la falda, metí los cuatro dedos de las dos manos en la cintura de las braguitas y las hice descender, hasta justo debajo de las nalgas.

- De rodillas con las manos en la cabeza.

Otro suspiro y lo hizo. 

- Voy a ver si me quito este olor a vino, mientras no quiero oírte ni respirar.

Salí del despacho dejando la puerta abierta, fui a por ropa y me di una ducha rápida. Cuando estuve volví a entrar en la habitación, allí seguía inmóvil. Fui directamente a buscar un taburete bajo de madera que había en un esquina. De unos 40 cm de alto. Lo puse frente a ella y me senté. 

La volví a coger de la barbilla. 

- Hoy pensaba que iba a comer con una mujer, pero me he equivocado, he ido a comer con una adolescente malcriada y caprichosa, así que vamos a ver si con los métodos tradicionales, la enderezamos. Levántate.

Lo hizo, frotándose un poco las rodillas. Me di unas palmaditas, en el regazo y la miré. El taburete era bajo y para colocarse bastante incómodo, esperé que lo hiciera, le hice estirar las piernas y los brazos apoyando palmas de las manos y punta de los pies en el suelo. Una vez estuvo empecé a acariciar le desde donde terminaban las medias hasta las nalgas, en silencio, así estuve un rato incrementando la espera, de vez en cuando le daba unas palmaditas a la vez que le recordaba porqué estaba ahí y así. A veces creo que llega un punto en el que prefiere los azotes a la agonía previa. 

Cuando empecé a azotarla, su reacción a los primeros fue defensiva, tensó músculos y se quejó levemente, pero un minuto después se había dejado ir, mi mano rebotaba en sus nalgas relajadas y aunque le daba con fuerza y ganas no salió de su boca ni un suspiro, sólo el color de sus nalgas cada vez más rojas, me daba alguna indicación. 

Seguí un largo rato con la mano, haciendo alguna pausa, para volver a recordarle el motivo. Tras un largo rato de "tratamiento" manual, decidí dejar descansar un rato a su culo. Paré en seco y tal y cómo paré le dije.

- Levanta.

Se levantó. Yo también sin decirle nada cogí el taburete, lo puse frente al escritorio. 

- De rodillas sobre el taburete.

Ahí si suspiró, pero no había margen alguno. Se subió de rodillas en el escritorio. Yo le di la vuelta. 

- Apoya los codos en el escritorio, con las palmas de las manos hacia arriba. 

Mientras esperaba que lo hiciera, abrí un cajón del escritorio y saqué un reloj de arena que dejé sobre la mesa. Miré como estaba colocada. De rodillas sobre el taburete con los pies colgando, y los codos apoyados en la mesa de escritorio. Cogí la regla mediana de las tres de madera que colgaban en la pared, la de 18 pulgadas, la puse sobre sus manos y le di la vuelta al reloj de arena.

- Cuando terminé el reloj, me llamas y vendré a azotarte. Si se cae la regla o te mueves antes que termine el reloj, te azotaré y repetiremos. 

Dicho esto, me fui dejando la puerta abierta. El reloj tarda exactamente 6 minutos en completar el ciclo. Esperé pacientemente sentado en el sofá. Tener que ser ella quien me avisará, para que fuera a castigarla aún le añadía un plus de vergüenza, además sabía perfectamente que yo estaría pendiente del tiempo. 

Cuando escuché su voz me sonó tímida, me levanté y caminé despacio hasta el despacho. Me quedé en la puerta un instante, ahí seguía inmóvil, incómoda, exponiendo el culo rojo y a sabiendas que aún lo iba a estar más, me acerqué por detrás, al llegar a su altura, le saqué la falda enrollada y se la levanté. Le quité la regla que sostenía con las manos.

- Puedes bajarlas y apoyarlas, planas en la mesa.

Colgué la vieja regla de madera en su sitio y cogí la mayor de 24 pulgadas (61 cm). Volví a darle la vuelta al escritorio para ponerme detrás de nuevo, empecé a pasarle la regla por la piel enrojecida por mi mano. Y le dije.

- No te voy a decir número, cuando lo tengas de color vino, pararé. 

La regla sonó seca cuando impactó con su piel. El sonido se repetía a ritmo lento, la primera docena, la aguantó bien, a partir de la quincena notaba que le empezaba a costar, espacio más los azotes, pero no me detuve hasta asegurarme dejarle el culo con unas bonitas marcas, para unos cuantos días. Cuando creí que era suficiente, la hice levantarse. Creo que casi la alivió más eso, que que dejarán de caerle azotes. Le hice poner las manos en la espalda sujetando la falda levantada por detrás, mientras colgaba de nuevo la regla en su sitio y salí otra vez del despacho dejando la puerta abierta.

Fui a la cocina, abrí la nevera, busqué en el cajón de la fruta, una bolsa con jengibre. Seleccioné un trozo maduro del grosor de mi pulgar y la largada de mi dedo corazón, lo pelé completamente, lo puse un momento bajo el grifo y en un platito, antes de volver al despacho fue a buscar un cojín al comedor.

Al entrar de nuevo en el despacho seguía allí de pie frente al escritorio, con las manos en la espalda sujetando la falda levantada. Puse el cojín sobre el taburete. Le hice ponerse en la misma posición que antes, de rodillas sobre el taburete, codos apoyados en la mesa palmas de la mano hacia arriba. Esperé a que estuviera, dejé el plato en la mesa, cogí de nuevo la regla mediana, se la puse sobre las manos. Me fui detrás de nuevo, cogí el jengibre, le separé con mi mano izquierda las nalgas, y empecé a usar el jengibre cómo una suerte de lápiz labial perverso, que perfilaba el contorno de su agujero más pudoroso, hasta que empecé a presionar para meterlo, despacio pero firme, dejando fuera lo que más o menos sería el equivalente a una falange de mi dedo. Cuando tuvo el jengibre dentro de su culo, le di la vuelta al reloj y le dije.

- Cuando terminé, te incorporas, te quitas la falda y las braguitas y vienes a verme, te espero en el salón. 

Y la volví a dejar allí en aquella posición, con el culo ardiendo por fuera y por dentro.

No podía hacer trampa, así que era cuestión de esperar, mientras había preparado alguna cosa. Cuando apareció sólo llevaba las medias y la blusa, la cara congestionada, de vergüenza y sensaciones corporales. La hice tumbarse sobre mi pierna izquierda. Una vez estuvo, lo primero que hice fue comprobar que el jengibre seguía en su sitio, reajustandolo ya que algo se había salido. Con un dedo de mi mano izquierda lo sujeté para que no se moviera y con la derecha le di una última tanda de azotes a mano de recuerdo, en su pobre culo llovía sobre mojado, así que aunque no fueron ni muchos, ni muy fuertes, si hicieron que se moviera y resoplara.

Al detenerme empecé a pasar mi mano suavemente sobre sus nalgas. 

- La próxima vez no seré tan paciente, al tercer aviso nos vamos y lo de hoy no será nada si eso pasa. 

Llevé mi mano a su coño. No me sorprendió nada que no sólo el coño, hasta los muslos estaban mojados. Por un momento empecé a masturbarla, pero cuando empezó a gemir y moverse paré.  Le di una palmada y le dije.

- Vete a la habitación y espérame boca abajo en la cama.

Se levantó con un resoplido de frustración. 

- Y procura que no se salga el jengibre.

Esa frase añadió un punto más de vergüenza al castigo, caminar con el culo rojo y una mano sujetando el jengibre, es bastante cómico. 

Minutos después entraba en la habitación, con el aceite y la crema. Los dejé en la mesilla, pero antes de eso me desnudé. Me subí en la cama, le separé las piernas. La cogí de la cintura y le levanté un poco el culo, que si tenía por zonas color de vino. Fui a buscar el jengibre, jugué un poco con el a moverlo, meterlo y sacarlo, hasta que se lo saqué, lo dejé sobre la mesita de noche, cogí el aceite, dejé caer un chorro entre sus nalgas y otro en mi mano, que use para "engrasar" mi polla, cuando estuvo la llevé entre sus nalgas extendí un poco el aceite que chorreaba por ahí con mi polla, hasta que empecé a apretar contra su culo, despacio hasta hacerla entrar toda, me quedé un instante pegado a su culo, con mi polla hasta el fondo, entonces la cogí con fuerza de las caderas y empecé a follarle el culo, cada vez más fuerte, y le dije. 

- Si quieres placer, te vas a tener que apañar sóla.

Al instante noté su mano por debajo de sus cuerpo buscando ansiosa. 

Luego vinieron, las promesas, las caricias y los mimos. 




1 comentario:

  1. ¡Hola! ¡Me encantó esta historia! Los desbordamientos y luego el accidente, el acidente, caricias y las nalgadas son muy perturbadores, desviadores y emocionantes...

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